A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

lunes, 21 de mayo de 2012

ENTERATE

Michael Haneke pone, con «Amor», la competición en la cima

Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva son la anciana pareja que protagoniza el último filme del directo austríaco, soberbio


Lo bueno, o lo malo, del Festival de Cannes es que siempre llega un día en el que te parte en dos con una película que se te instala en el disco duro para los restos. Y que convierte en confeti lo que has visto o lo que verás, por bueno que sea, como en el caso de “La caza”, el título de Thomas Vinterberg que había logrado una notable cantidad de estima hasta que, ¡brrrroooom!, irrumpió como una bola de derribo lo último de Michael Haneke, “Amor”, una película que, ¡brrrroooom!, te convierte en cascotes todo tu edificio personal.

El director austríaco es temible, pues hurga en los agujeros como una comadreja hasta que cobra la pieza; en esta ocasión, la pieza es de caza mayor, pues persigue el amor en su última dimensión, y no en la primera, tan colorida, fresca, aromática, hermosa y deseable.

Su película se clava en una pareja ya anciana tras una vida plena, cuando lo que llamamos amor ha de reciclarse en un conglomerado de actos y sentimientos que, siendo los propios de los amores nacientes, como la proximidad, el abrazo, la total entrega, la mirada entera, el abrigo, el apoyo…, componen una trágica música para una danza macabra, y el abrazo reciclado es para colocar el amor en su silla de ruedas y la total entrega es una cucharada tras otra, una esponja de baño o el cambio de ropa o sábanas.

La mirada de Michael Haneke trata, como siempre, de estar desprovista de los cuarenta grados de fiebre, aunque en esta película no consigue mantenerse lejos, ni frío: se lo impide la temperatura brillante de Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, que arrasan con todas las precauciones emocionales que el director o el espectador pretendan tener.

Es un trabajo tan bueno, tan cargado de sentimiento, que parece un milagro que no caiga en un solo momento en ninguno de los muchos agujeros sentimentales que podría haber. No. “Amor” se mantiene en una línea casi imposible entre el corazón y la cabeza, aunque el hielo de Haneke decida prescindir por completo de la posible intriga al arrancar ya su película con una escena que la deshace: ella, Anne, aparece sobre una cama como una Ofelia sobre el río florido, cuando rompe la puerta de entrada la policía…, luego se nos cuenta la historia, una historia tan de pasado, presente y futuro que ni el más tonto puede escaparse de ella.

En fin, los Dardenne con infinitamente menos repiten Palmas de Oro como si fueran bocadillos de sardinas con tomate…

Vinterberg, a bailar con el más feo

La otra película en concurso, “La caza”, del danés Thomas Vinterberg, hubiera servido por sí sola para llenar una crónica del festival, pero le ha tocado bailar con el más feo, que es el imbatible Haneke.

Vinterberg narra con hilo muy fino el modo en que un hombre que vive en una pequeña ciudad, rodeado de amigos y vecinos de siempre, tropieza con la fatalidad de una “mentirijilla” de una niña (cinco o seis años) de la guardería en que trabaja y que le acusa de haber hecho con ella “cosas de mayores”. Vinterberg nos cuenta el proceso de esa “mentirijilla” y el efecto en la vida de ese hombre.

Es cierto que lo que era hilo fino en cómo se cuaja la acusación de la niña mediante una serie de casualidades, se convierte en soga más gruesa al contar los efectos que produce y las reacciones de la sociedad amigable en la que vive. “La caza” te atrapa, de todos modos, por la solapa y no te suelta en ningún momento, y tiene en ese rostro de cristal y mármol de Mads Mikkelsen el gran catalizador de esa trama terrible, de esa pendiente cuesta abajo en la que cae porque, como todo el mundo sabe, “los borrachos y los niños nunca mienten”.

Como al ver esta película, aún no se había proyectado la de Haneke, pues el que más y el que menos tenía un cuerpo, y era en ese cuerpo en el que “La caza” te dejaba un mal rollo tremendo, y tantas ganas de entrar en una guardería como en la jaula del león.

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