A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

CAPITULO DE LA NOVELA EL IMPERIO DE LA SIMULACION DE LA ESCRITORA CUBANA ADELA SOTO ALVAREZ



UNA MUJER EN LA JUNGLA.
Por: Adela Soto Álvarez
El tiempo transcurría veloz e impredecible y yo seguía alimentándome de ruidos, consignas, criterios machistas, prejuicios y mucho miedo, tanto que el corazón me parecía sacudido por un sismo.
Comenzaba el año l975 en mi Cuba esclavizada, cuando conocí a Miguel que acababa de graduarse en el Instituto de la Moral como abogado.
Era un joven intachable, de buena familia, cariñoso, decente y sobre todo acorde con los principios que imperaban en la isla.
Era un militar de pies a cabeza y esto lo exoneraba ante mi familia, pues en esta época para tener moral tenías que estar integrado completamente a todas las organizaciones políticas y de masas y de vez en cuando sujetarle la pata al mago en las reuniones cederistas, de lo contrario eras contrarrevolucionario, y dentro de esto, homosexual, delincuente, vende patria, vago, jipi, lacra o cuanto adjetivo se le antojara a la nueva clase, lo que era lo mismo que no tener derecho a nada, ni siquiera a que una muchacha lo mirara, o cuando menos no merecías para ellos ni el aire que respirabas.
Estuvimos seis meses de romance, llenos de ilusión y amor. Sin pensarlo llegó la boda qué feliz me sentía Mis abuelos lograban el sueño de no verme con una barriga a la boca o con un niño en los brazos seducida y abandonada.
Mamá y papá se quitaban una responsabilidad de encima con el veleteo y el cuidado de la pureza virginal, además de adquirir mucho más respeto y confiabilidad en el barrio, porque su hija se casaba con un militar.
Pero como todo tiene un destino prefijado nuestras vidas iban sobre rieles sin darnos cuenta del tan alto precio que tenía la felicidad.
Entonces fue cuando a Miguel y a mi nos dieron la tarea de cumplir con una misión el la Selva Amazónica donde el diablo dios las cien voces y nadie lo oyó y donde ninguno de los dos imaginamos cuantas sorpresas nos esperaban.
Felices y dispuestos ante la decisión y creyéndonos muy importantes por estar dentro de los elegidos para la tarea, nos pasábamos las horas haciendo planes futuros como es costumbre en los enamorados.

No veía la hora de subirme al avión y volar muy alto junto a Miguel mi gran amor, mi querido esposo.
Este viaje para mi era el mejor estímulo que me daba la vida, y así llegó el día tan esperado, así también marchamos llenos de fervor patriótico a defender otros parajes del mundo, junto a Ramón, Martha , Olguita y José Alfaro, entre otros, creyéndonos dueños del universo y de la victoria.
Nuestros ideales aún estaban intocables. Éramos tan jóvenes, tan inocentes, tan necesitados de promoción.
Nos habían entrenado para eso, con varias dosis de mentiras y grandes porciones de ideologías impuestas, entre un futuro inalcanzable y el compromiso moral de ser mejores cada día en el cumplimiento del deber.
Nada nos importaba que no fuera cumplir, el orgullo invadía nuestros pechos, y yo me sujetaba al brazo de Miguel anhelante.
Recuerdo que lo hice con tanta fuerza que logré lastimarlo. El me pidió calma, después me acarició comprensivo, sin dejar de susurrarle a mi ingenuidad sus palabras más dulces. Sabía que yo aún soñaba con viajes fabulosos, reyes magos, hadas madrinas y milagros increíbles.
Era el catorce de noviembre de aquel día de despedidas familiares, proyectos e ilusiones, además del alto humanismo que nos llenaba por dentro y por fuera. Nos temblaba la voz mientras el avión se deslizaba entre las altas nubes, y detrás quedaba nuestro terruño y nuestras costumbres más arraigadas.
Al cabo de un tiempo ya estábamos en la Jungla. Allí nos esperaban los de la misión armados hasta los dientes. Sin mucho protocolo nos subieron a un carro blindado que se deslizó a tal velocidad, que no puede apreciar la distancia que había del aeropuerto al lugar de residencia.
El pecho me latía con tanta fuerza y repleto de todo el orgullo del mundo. Lo único que no se apartaba de mí era la idea de implantar en aquel lugar desconocido un reino de paz, y dar la vida por todo el que la necesitara, a la vez que me invadía por dentro y por fuera la enorme sensación de ser Juana de Arco, Diosa del Olimpo, Dueña de todos los poderes, Heroína de todas las batallas “en fin una mujer para respetar.
Allí se nos explicó lo relacionado con nuestros deberes militares, el dormitorio de cada cual, las funciones laborales, y miles de advertencias más sobre los habitantes del lugar, o mejor dicho los oriundos de la selva, porque habitantes habían de todas partes del planeta.
El principal objetivo era prohibirnos las relaciones cordiales con los africanos. Cosa que no podía entender, pues en mi país lo único que se hablaba era de hermandad, y que debíamos ser solidarios con ellos. Después supe la verdad, supe que aquellas mujeres con los hijos a cuestas y las tetas a la cintura nos odiaban sin compasión.

Solamente éramos carne de cañón, nos habían enviado para encumbrar protagonismos e intereses personales y políticos.
Aún lo recuerdo con detalles y siempre acude a mi memoria como experiencia inolvidable el primer día de trabajo, que ni por ser el primero tuvimos descanso.
En aquel lugar todo era hacer y hacer, entre emanaciones de gasolina, el olor a muerte, a mutilados, heridos, disparos, explosiones, aviones y cohetes. Los proyectiles parecían sacarle esquirlas a la tierra y la impotencia devastaba los causes de la sensatez.
Era increíble ver como caían a diestra y siniestra los hombres destruidos por las bombas que no le pertenecían, pero nadie se arrepentía, en ese momento llevábamos en la frente y en el miedo un ideal legítimo y patriótico. Éramos guerreros cubanos, valientes y ciegos guerreros cubanos…
Había que cumplir, era la palabra de orden y los militares no discuten, acatan las disposiciones por duras que sean. Había que cumplir con el deber y el tiempo establecido, el qué se rajará era un traidor y si eso pasaba era preferible morir que regresar a la patria.
Si lo hacías te esperaba una represión eterna, un castigo eterno, serías escoria para los demás, un guiñapo, la peste misma, y con esto la muerte espiritual del arrepentido y toda su familia. Y digo así porque lo pude comprobar con mi amigo José Alfaro.
El se arrepintió y se ametralló el vientre creyendo poder calmar la inconformidad, y de esta forma provocar su traslado al país, sin acusaciones ideológicas.
El inocente de mi amigo creyó en la suerte y ésta lo traicionó. Creyó saber más que los espías de turno, que tenían la mejor red de inteligencia de esos tiempos y sucumbió en la desdicha. Sólo fue un cuerpo desnudo flotando en su propia batalla, solamente pudo acumular lágrimas en el fondo del más negro de los fosos.
Por eso un día me contó que lo hizo por no poder soportar los rigores de la guerra. No por cobardía ni miedo, pero nada resolvió con esa locura, solamente poner en peligro su vida y quedar relegado para siempre en su propia tierra. Y eso era lo que más le dolía, tener que por esa causa aprender a vivir con herrajes, oculto detrás de las columnas y sin encontrar compresas para aliviar su herida.
Al principio nadie supo la verdadera historia, pensaron en un atentado de las tropas enemigas, pero el calló y nada dijo, dejó que lo engalanaran como héroe siguiéndoles el juego. Dicen que hasta le rindieron tributos ante la estatua del apóstol y la prensa nacional lo sacaba a diario en sus páginas, y su foto en la primera plana, y su voz en todos los medios de difusión masiva y José Alfaro ejemplo de patriotismo y el pecho lleno de medallas por el deber cumplido.
Pero como bajo y tierra no hay nada oculto un emisario del mago averiguó la realidad de lo acontecido en la Jungla, además de los cornetazos de los que presenciaron el disparo y al cabo de ocho meses el inmaduro de mi amigo José terminó como disidente tras las rejas de una penitenciaria, posteriormente pasó al estatus de exiliado en la Florida.

Habían pasado varias semanas de nuestra llegada a la Jungla. Hasta ese momento no había pensado en la forma en que me miró el jefe. Tal vez no advirtió mi desprecio por sobre la mirada codiciosa que me clavó en el momento en que arribe ante sus órdenes, pero lo miré así para que no se equivocara.
Aunque no tenía experiencias sobre asedios de ese tipo, ni de otro, mi intuición me avisó de su apetito carnal, estaba casi segura que si no tomaba mis medidas de precaución iba a tener grandes problemas con él.
Conocía por otros, que los jefes son casi todos prepotentes, autoritarios y abusadores con los subordinados. Les gusta poseer a todas las mujeres, sean quien sean, y lo logran valiéndose de las peores bajezas.
Se creen superiores por su cargo y rango y como en la vida militar nadie puede rebelarse ni discutir con el jefe aunque se orine en la cama, traté de hacer lo posible por evitar un enfrentamiento.
Este señor a que me refiero era grueso, forzudo, de mirada inquisidora y calculador en todo momento.
Sus pequeños ojos de color oscuro y rasgos asiáticos eran el más fiel reflejo de la prepotencia masculina, que aunque la trataba de ocultar detrás de unos gruesos cristales a causa de su afección miope, sus diabólicos destellos chocaban con la perspicacia femenina.
Usaba pantalones muy estrechos que lo hacían lucir mucho más gordo. Su regordeta barriga siempre la exhibía a pesar de llevar la camisa por dentro.
Era de modales rudos sobre todo antes de dirigirse a cualquier subordinado. Se le veía pasearse de un lado para otro rascándose la barbilla y premeditando la grosería que iba a lanzar antes de embestirlo con sus órdenes, y aunque imponía los criterios en voz baja, terminaba sarcástico y dando golpes sobre el buró como un animal salvaje.
A mí desde el primer momento me inspiró repulsión, después fue cuando me invadió el miedo. Les aseguro que era un animal muy peligroso y aferrado a sus intereses.
Eran las diez de la mañana de ese día que no quisiera recordar. Todos estábamos expuestos al olor a pólvora, a disparos, gorriones, e impotencia cuando llegó la noticia de que había decidido el mando superior, mandar a mi querido esposo Miguel al Sur de la Jungla a cumplir con una misión muy especial.
Casi me infarto al saberlo, pero ni Miguel ni yo teníamos poder para evitarlo. Allí estábamos para cumplir órdenes y mi pobre esposo sólo sabía cumplir órdenes y así marchó con su ideal patriótico coronando su frente y dejándome sin saberlo en manos de un malvado y ladino Simio, prepotente y despiadado.
Sin poder recuperarme del golpe estuve por más de quince días, pero, tenía que reponerme rápido y continuar con la vida, no me quedaba otro remedio.

Entonces traté de refugiarme en Ramón el mejor amigo de Miguel, nos llevábamos muy bien y teníamos muchas cosas en común, al igual que Olguita que aunque era un poco introvertida y nunca se sabía de qué lado estaba, era mujer y podía ayudarme a pensar.
Después supe que de nada me servirían sus consejos pues el ladino jefe con la mayor de las astucias y aberraciones comenzó su plan de asedio, tratando de babearme como una serpiente venenosa, con gestos caritativos y comprensiones nunca sentidas, a la vez que me brindaba toda la ayuda que necesitará.
Como es de suponerse jamás le acepté nada, pero él no dejó de insistir, era demasiado orgulloso para soportar mi constante desprecio, y ante mis negativas preparó un nuevo plan captura, pero está vez mucho más macabro, sin límites, ni escrúpulos.
Lo primero que hizo fue cargarme de trabajo incoherente .Me hacía repetir cuartillas tras cuartillas, que después veía en el cesto de los papeles. Otras veces me encomendaba trabajos por jornadas enteras a cualquier hora del día o la noche. Cuando menos lo esperaba me ordenaba revisar panfletos y libros sin ningún fin, todo esto para después desenmascarar su verdadero objetivo.
El reloj seguía parcializado con el jefe, y yo agotada, extenuada, al borde del precipicio
Las ojeras me llegaban a la cintura, dentro de una demacración muy marcada. A penas comía, y el miedo haciendo todo el tiempo blanco en mi psiquis.
De Miguel nada sabía, ni una carta, ni un recado, ni una paloma mensajera que me trajera algo de él, y el Simio disfrutando mis desgracias.
Ni un sólo momento me dejaba en paz divirtiéndose con la tortura psicológica a que me había sometido, y pensando que ante la incertidumbre y la soledad iba a ceder, por eso mi rebeldía lo ponía mucho más agresivo, hasta llegar a hacerme la vida imposible.
Me marcaba el tiempo de almuerzo y si me pasaba de un minuto me lo sacaba en cara delante de todos. Si iba al servicio sanitario más de dos veces, decía que lo hacía para no trabajar. Se metía si hablaba con cualquier que fuera mujer u hombre, estaba al tanto hasta de mis menstruaciones, qué día me tocaba, si estaba próxima, en fin me comenzó a volver loca.
Las noches en aquel lugar para mí eran interminables. Contaba las estrellas una a una para poder dormir, pero nada, Morfeo también se alió al jefe y nunca dejó que el sueño me llegara en tiempo y forma.
Trataba de pensar en el regreso de Miguel, y yo resucitando entre sus brazos. Imaginaba sentir sus manos tibias como un bálsamo divino posándose en mi atribulada cabeza, en mi frente, calmando con su presencia el injurioso tiempo que me había tocado vivir sin él.
Otras veces lo apresaba entre mis recuerdos para poder llenarme de fuerzas y poder resistir las aguas envenenadas que bañaban mi silencio. Su voz me llegaba desde la distancia como un amuleto que me permitía estar viva. Me pasaba hora y horas hablando con mi amado a solas conmigo, y le contaba mis penas aún sabiendo que no podía escucharme. Pero necesitaba desahogarme con alguien, me sentía muy mal, muy descompensada, muy sola.

La sicopatía morbosa del Simio me ponía los pelos de punta cada vez que pensaba que al otro día tenía que regresar a la oficina a soportarlo un día más.
Tal vez estaba loco y nadie lo sabía, quizás era un aberrado sexual oculto tras el uniforme
y los grados militares, y como era oficial de primera línea, nadie reparaba en esas deformaciones de su personalidad , pero de lo que sí estaba segura era de qué detrás de su mirada aparentemente tranquila escondía un destello de maldad, que aunque indescifrable existía.
Quería huir, pero a dónde, quería convertirme en viento, sal, arena, desaparecer de su mirada y mando, pero la realidad volvía con sus fuertes puños a golpearme una y otra vez.
Allí hasta la luna era distinta. Todo se me antojaba una enorme hoguera entre viejos rones, inconformidad, y cuerpos tan crudos que no dejaban de gemirle los huesos.
Por eso a cada rato iba a refugiarme entre el grupo de supuestos ateos, los que abrazaban el fusil y llevaban el crucifijo y la esfinge de la santa sumergida en lo más profundo de sus bolsillos.
Con estas personas era con los únicos que se podía estar cerca, por lo menos no criticaban, solamente reflexionaban lo asfixiante del mundo real, y se metían en su idealismo superior, inventariado todo el acontecer y haciendo lo posible por sacarme del pecho lo que imaginaban pero nunca supieron.
Muy pocos sabían de este grupo, porque ellos se ocultaban hasta de su propia sombra para rezar todas las noches, el ave maría que les calmara el miedo, y pedirle a dios el fin de la guerra.
Una tarde cuando terminé la jornada laboral y con muchos deseos de morir pensé que era mejor hablar con alguien de lo que me estaba pasando para que me ayudara, entonces con mucha vergüenza busqué a Ramón, y se lo conté todo.
Ramón no me podía creer, hasta que le di detalles, entonces indignado aferró los puños contra la pared y lloramos los dos de ira e impotencia.
-¡Es para matarlo!, me aseguró, pero no te preocupes, le llegará su hora, y te juró que seré implacable.
Después de algunas reflexiones comprendimos el por qué trasladaron a Miguel, entonces Ramón me pidió toda la paciencia posible a la vez que ponía todo su esfuerzo en consolarme.
De esta forma me hizo prometerle ser muy juiciosa y obediente con sus planes, pues lo iba a pensar todo con mucho cuidado para no fallar, porque el tipo era peligroso por su jerarquía militar, pero me juraba desenmascararlo a cualquier precio.

Acepté su posible ayuda, aunque estaba segura le sería muy difícil, enfrentarse a Goliat en la vida real era como un sueño fabuloso, y nosotros éramos menos que David. David era una leyenda Bíblica utilizada como enseñanza para demostrarles a los hombres que el valor se antepone a la fuerza.
Pero esta leyenda llevada a la realidad humana, y a la de nuestros días y frente a la fuerza y el poder imperante, era imposible de aplicar.
Estábamos en tierra prohibida, a miles de kilómetros de nuestro Imperio, en medio de la Jungla, donde nuestros derechos no existían y sobre todo bajo las órdenes de aquel individuo, que era toda la indolencia y nosotros indiferentes soldaditos de plomo, pequeños puntos delante de la justicia.
Ramón se pasó horas explicándome como actuar y por ese tiempo el temor se alejo un poco, después la verdad volvió a dispararse con sus fuertes ráfagas y impulsándome a revelarme, pero él con su forma de ser tan especial comenzaba desde el principio, y así con mucha paciencia aconsejándome y volviéndome a aconsejar nos cogía la media noche.
Un buen día por cierto domingo, acudí al lugar donde llegaba la correspondencia en busca de alguna carta de Miguel, o de mi familia, pero como siempre nada para mí, nunca llegaba nada y esto me estaba preocupando mucho.
Pensé preguntarle al correo que dormía en el mismo piso, pero cuando me disponía a hacerlo el Jefe me detuvo invitándome a su habitación.
Apresuré el paso lo más que pude y él me siguió por todo el pasillo hasta que me dio alcance. Entonces me tomó por los hombros y me apretó contra él y la pared del pasillo, que por desgracia para mí, en ese momento se encontraba desierto.
Los ojos le brillaban más que de costumbre y pude observar en ellos toda la lujuria de un barco ebrio. Tuve mucho miedo, y lo seguí obligada por la fuerza. Su tosca mano no dejó de apretarme fuertemente por el brazo derecho, acompañado de las peores ofensas y vejámenes recibidos en mi corta edad.
Su crudeza era tanta y su falta de humanidad y delicadeza que traté de hacer resistencia escupiéndole el rostro, pero nada, no me soltaba , al contrario se mostraba mucho más enfurecido, y a empujones me entró por la puerta de la habitación lanzándome sobre la cama y cerrando tras de mi la puerta con llave.
Cuando me vi sobre la cama y con la puerta cerrada, pensé morir de terror, entonces comencé a dar gritos y a pedir auxilio, pero él con toda su fuerza me tapó la boca con una de sus gruesas y torpes manos, mientras con la otra me apuntaba con la pistola.
El forcejeo duró unos minutos, porque yo perdí la fuerza corporal de tantos empellones, además le cogí mucho miedo a la pistola, mi corta edad y mi endeble cuerpo estaban en mi contra. Sin consuelo comprendí que estaba sola e indefensa delante de aquel hombre.

Aún así traté de hacer algo sin muchas esperanzas, y mirándolo fijamente lo abofetee varias veces escupiéndole nuevamente el rostro, él se puso colérico, pero disimuló lo suficiente, después se puso de pie aparentando la mayor tranquilidad, se limpió con el pañuelo mi saliva, meditó de espaldas hacía mi unos segundos, y acercándose lentamente me rastrilló la pistola en las sienes a la vez que me decía como un demente
- Eres mía o te mato, y después digo que viniste aquí a hacerme un atentado…y a quién crees que le van a creer a ti o a mí?-
Su voz estaba totalmente descompuesta, estaba segura que lo haría sin escrúpulos, y sin dejar de mirarme a los ojos me repitió.
- Te mato y nada pasa…ustedes las mujeres no saben hacer las cosas, parece mentira que no te dejes hacer el amor, debías estar orgullosa de que me fije en ti, no has visto la cantidad de estrellas que tengo sobre el hombro
Al escuchar aquellas palabras el asco me aumentó, entonces esperando que me disparara le grité, que ni la muerte me haría entregarme a un ser tan mezquino como él, a la vez que le preguntaba, quién le había dicho que a mi me interesaban las estrellas, que lo mismo me daba que tuviera una constelación como ninguna.
Los fuertes golpes en la puerta detuvieron la discusión, tal vez evitaron mi muerte. Ramón había sentido mis gritos…dijo, que por casualidad, pero estaba segura que nos siguió y sin saber qué hacer se aprovechó de una llamada telefónica que le traía el oficial de guardia al jefe y se brindó para hacerle llegar el recado y así poder hacer algo por mí.
Mi amigo Ramón increíblemente logró su propósito, pues al tocar en la puerta del jefe con tanta fuerza detuvo la escena y el intento de violación.
Pasaron los días llenos de acosos sexuales, toqueteos en las nalgas y los senos, besos robados aprovechándose de las oportunidades que tenía como jefe y por supuesto todo esto unido a abusos, ultrajes, amenazas y sin dejar de interceptar mi correspondencia privada, ocasionándome el mayor de los desesperos al no recibir noticias de mi familia y de mi esposo. Su objetivo era hacerme ceder ante sus caprichos morbosos.
Continúe poniendo al tanto a Ramón de todo y éste desesperado no dejaba de arder en ira ante la impotencia que teníamos, aunque no cesaba en sus planes de desenmascararlo a toda costa, y sin dejar de desearle la muerte.
Yo asustada y desesperada por el peligro que estaba corriendo la situación trataba de hacerlo reflexionar y le pedía que no pensará en hacer nada por sus manos, pues sería su fin, que todo tenía que ser con pruebas suficientes para que nos dieran la razón, pero él aferrado no me escuchaba, solamente pensaba en liquidarlo personalmente.
Cuanto me pesaba haberlo involucrado en mi situación, no quería que mi amigo se buscara problemas por mi culpa, por lo que hacía todo lo posible por suavizar el caso y decirle que no me había vuelto a molestar, pero Ramón no me escuchaba , pensaba y pensaba , hasta convertir las ansias de justicia en una obsesión.
Entonces decidí no contarle nada más, a ver si olvidaba mis palabras, y se tranquilizaba en sus asuntos, aunque yo me convirtiera en una mole muerta, e imaginarme que lo que me sucedía solamente eran las consecuencias de la guerra, que no tenía más opción que resignarme a mi suerte.
Pero mi desesperación era tan grande que no podía disimularlo, se me veía en el rostro, los ojos y en mi forma de actuar. No miento si digo que muchas veces pensé vaciar mi pistola en la cabeza. Sólo el recuerdo de Miguel me hacían cambiar de opinión, también los consejos de Ramón que nunca me faltaron, por eso quise continuar viviendo sin pensar mucho en lo que me estaba sucediendo.
Los días pasaban de prisa, y los acechos sexuales no paraban, cada vez eran peores y más exigentes hasta que no pude más y volví a hablar con Ramón del asunto.
El me escuchó como siempre, entonces los dos nos prometimos terminar con aquello lo antes posible, pero de forma pacífica e inteligente.
Pasé muchas horas meditando en penumbras, con todos mis problemas en el laberinto espiritual, tratando de sacar fuerzas de cualquier sitio por tal de calamar la incertidumbre y buscar una salida.
¡Qué desdichada me sentía! Nunca pensé que aquella sería mi realidad y tal vez la de muchas mujeres que como yo llegaban al lugar destinado llenas de ilusiones y deseos de hacer y de cumplir con el sagrado deber , creyendo encontrar caballerosidad, compañerismo, hermandad.
¿Cómo era posible que existieran hombres como aquel y que nadie supiera lo que realmente hacían con las mujeres subordinadas? Cómo podían permitir que un alto oficial del ejército tratara así a los suyos, y no solamente en el campo de los intereses carnales, sino en la vida diaria, en la cantidad de negocios ilícitos, en el tráfico de personas y otros artículos de consumo que yo veía negociar a diario involucrando a infelices soldados.
Pero todas mis preguntas se quedaban sin respuestas, era el Jefe y los jefes son jefes aunque hagan lo que hagan, por lo menos así me habían instruido, así me enseñaron , así me hicieron pensar y así lo tenía que asumir quisiera o no . No era más que un frágil gorrión dentro de una jaula de sorpresas cotidianas, un tronco seco en una tierra ajena.
Mi tristeza era terrible, ni siquiera los alientos de Ramón diciéndome que Dios siempre estaba al acecho y nos salvaría de lo malo, calmaban mi desatino. En mi desespero solamente veía a diferentes pitonisas queriendo absorber el pedazo del oráculo que me tocaba.
Los días que pasaban y la realidad me hacían creer que todo allí estaba bajo el poder de un solo hombre, y que no era Dios, sino Barrabas, Belcebú, todo indicaba que nuestro Creador nos había olvidado.
Olguita que era liberal provenía de otra educación, me dijo un día que por casualidad se percató de que algo muy doloroso me estaba sucediendo, que no fuera estúpida, necesitaba aprender a vivir entre las fieras. Allí había que ser práctica y lo importante era sobrevivir con inteligencia, ya era hora de dejar los conceptos de moral provinciana pues una raya más en el tigre no importaba, nadie tenía que saberlo, con cautela todo se podía hacer para salvarse el pellejo.
Sus palabras terminaron con la poca espiritualidad que me quedaba, aunque después cambie de opinión y pensé que ella tenía razón en parte, pues el corazón podía a veces ser perverso aunque se volviera una serpiente y después te ahorcara.
Mi realidad era muy dura, estaba sentenciada a la muerte en la hoguera del poder y si no cedía tal vez sería peor para mi y para Miguel, quién sabe lo que le podía suceder en el Sur si no cooperaba en mi infortunio. Ante estas interrogantes me hice el firme propósito de dejar que todo fuera como la propia vida me lo iba destinando.
Ante esta firme decisión comencé a sentirme muy barata, inmerecida, asqueada de mi misma, una oveja descarriada, y sentía deseos de huir, perder mi identidad, crucificarme, incinerarme, y después buscar el más profundo abismo y lanzar mis cenizas.
Ya no quería mirarme en el espejo, ni hablar con los conocidos, me ocultaba en cualquier rincón del predio o la oficina, para no ser vista por nadie, y mucho menos por Ramón que afanosamente trataba de indagar qué me estaba sucediendo.
Pero por mucho que huía de todos y de mi misma no lograba nada, y mi gran amor por Miguel me golpeaba incansablemente aumentándome el sufrimiento y el agobio y me retenía del lodo a que me lanzaba la vida.
Cuánto necesitaba su voz cálida y varonil, sentirme entre sus brazos con su beso acostumbrado y su mirada de ángel sobre mi desventura. Pero de él nada sabía, sobrevivía sin noticias. ¿Qué sería de mi esposo, a dónde lo llevó la suerte?
Sin consuelo lloré por horas, entonces por primera vez me sentí esclava, esclava de mi propia clase, esclava de un hombre frió y sin conciencia al cual tenía que obedecer y dejarme seducir sin más opciones.
Era el día l4 de junio, el calor insoportable sacudía con fuerzas mi cuerpo, que se deshidrataba bajo aquella ropa de campaña. Las botas anudadas hasta el último ojetee, el pantalón por dentro de estas, la camisa por dentro del pantalón y abotonada hasta el cuello, solamente recibía ventilación por el rostro y las manos. Tuve momentos en que pensé no poder resistir, pero algo dentro de mí me daba fuerzas para continuar a pesar del calor sofocante.
Ramón se me acercó frotándose las manos se sentía muy desconcertado, mientras Olguita dibujaba una sonrisa burlona sin levantar la vista del libro que encuadernaba en el buró contiguo.
Ramón había ido a comentarme sobre un viaje que iba a realizar al Sur con la correspondencia y los alimentos que llegaron de nuestro país. El no era el responsable de esta distribución pero Sergio Dópico tenía un balazo en una pierna y no podía manejar por lo que se decidió por el mando lo hiciera él.
Al escuchar aquellas palabras me entusiasmé tanto que tomé a Ramón por una mano y lo arrastré hasta la ventana tratando de que Olguita no escuchara la conversación, allí le comenté de mi plan necesitaba me ayudara, era mi única posibilidad para poder ver a Miguel.
Ramón sin saber que decir dio unos pasos y volvió a mirarme. De pronto supe que lo tenía acorralado con mi peligrosa petición, pero aún así sin muchos titubeos me explicó lo difícil y delicado del traslado, solamente faltaban cinco días para el viaje y debía hacer las cosas con mucha cautela para no fallar, además de planificarlo todo muy bien para no levantar sospechas.
Lo preparé todo muy bien como Ramón me indicó y hable con Olguita y Martha la otra compañera de cuarto, para que me apoyaran con el trabajo, claro que desconocía que no eran confiables y me expuse demasiado.
Al otro día se repartía el avituallamiento en la misión, y yo era la encargada entre otras cosas del mismo, ocasión que aprovecharía para escaparme al terminar la jornada laboral e irme al Sur a ver a mi querido Miguel, pero mis planes se quedaron en la hipótesis.
Me duché tempranito y casi no dormí de la ansiedad y el nerviosismo, las manos me sudaban como una adolescente en su primera cita, no hacía más que pensar en el momento de encontrarme con Miguel , sentirme entre sus brazos protegida,.
Me acosté temprano para relajarme un poco, traté de refugiarme en mis lecturas preferidas, después escribí un poema y regresé a la 6ta página de las obras escogidas de Buesa, necesitaba sentirme así enamorada, esperanzada. Por primera vez en quince meses soñaba pensaba en algo agradable, y mi corazón se llenaba nuevamente.
Estaba casi dormida cuando el ruido de la puerta me sacó del embeleso, me viré para el otro lado creyendo que era Olguita que regresaba de sus paseos nocturnos, pero mi sorpresa fue muy desagradable cuando sentí el peso de aquel cuerpo expidiendo por todos sus poros aliento etílico y que sin el menor cuidado con una mano me apretaba la cabeza contra la almohada, mientras con la otra me levantaba el ropón de dormir.
Desesperada hice todo lo posible por quitármelo de encima, al ver que no podía con su peso, le caí a mordidas , pero el como si nada, no paraba de darme besos salivosos y lujuriosos , a la vez que me atormentaba con sus acostumbradas palabras obscenas.
Seguí forcejeando con él para derribarlo pero nada pude, y lo peor no tenía a quien llamar para que me socorriera.
Desamparada totalmente pensé que lo mejor era quedarme tranquila, por supuesto que la situación me tenía en un estado de relajamiento total, como una semiinconsciencia provocada por el mantenido estrés, e hice todo por cooperar con mi destino...
Ya cuando estaba a punto de penetrarme con su flácido y baboso pene la voz de mi amigo Ramón irrumpió en la habitación como una salva de urgencia y sacó de un tirón al jefe de su intento.

Ramón hizo todo lo posible por justificar su presencia en el lugar y aquella hora, entonces me pidió una tableta para un dolor terrible de cabezas que no lo dejaba dormir, yo sin saber que decir ni hacer, me mantuve en silencio por unos segundos, hasta que le contesté desde mi lecho.
A la insistencia de Ramón le contesté nuevamente casi sin voz, que esperara pues estaba todavía medio dormida. El jefe con ironía y mucho más salvaje me cogió por el cuello censurándome la casualidad de que Ramón siempre aparecía en el momento menos apropiado, que todo le indicaba que estaba interesado en mí o era mi amante.
Nada le contesté solamente lo miré con mucho más odio, tanto que de un tirón me soltó ocultándose debajo de la cama, por supuesto que no le convenía ser descubierto y mucho menos por un soldado.
Con mucha vergüenza le alcancé la tableta a Ramón que con insistencia me acoso a preguntas, a la vez que penetraba el lugar buscando para todas partes.
Con miedo detuve sus pasos asegurándole que nada ocurría, que yo estaba totalmente sola, que por favor se fuera a dormir tranquilo, que nada sucedía. Pero el no me creyó hacía muchos días que lo velaba incansablemente, y precisamente esa noche no pudo llegar primero que él por la cantidad de tiempo que perdió buscando una grabadora.
Sabía que solamente grabando los hechos podía tener pruebas suficientes y fidedignas ante la ley, pero sus esfuerzos fueron todos en vano, no sabía que en las misiones esos equipos no están al acceso del personal simple.
Pasaron los días y llegó el momento señalado para escaparme al Sur como estaba planificado, pero como era de esperarse me quedé con las ganas.
Ese mismo día el jefe se encapricho muy de mañana en que le mecanografiara un documento clasificado que tenía que enviar a los jefes inmediatos, desviándome de las funciones que tenía encomendadas para ese momento.
Por supuesto que todo fue intencional, pues Olguita mi compañera de habitación, la misma que junto a mi viajamos desde nuestra patria a cumplir con el deber, la misma que me dio su consejo libertino cuando me vio azotada por el miedo y el desamparo, se había convertido en corneta del jefe y lo puso al corriente de todos mis planes y sin remedio tuve que permanecer en aquella oficina hasta pasada las 10 de la noche.
A los tres días supe de la extraña muerte de Ramón, según se dijo fue producto a la explosión de una mina al regresar del Sur.
Para qué expresar lo que sentí. Me había quedado mucho más sola y desamparada, en aquel infierno terrenal. Una vez más tenía que enfrentar el abuso de cargo, la perdida de mi esposo, la impotencia y la incertidumbre.

¿Por qué murió Ramón? Me pregunté muchas veces, pero no habían respuestas, lo cierto era que ya no existía, y yo no tenía en quién confiar.
Sin dejar de llorar estuve por más de una semana, encerrada en mis pensamientos, hasta que sin poder contenerme comencé a dar gritos sin consuelo. Ante la crisis nerviosa decidieron que me viera el médico de la misión, que por suerte era de mi país, pero al servicio del Simio.
Después de examinarme detenidamente comenzó a conversar conmigo de temas incoherentes y que no venían ninguno al caso que me ocupaba. Después me maltrató con crudas palabras, porque para el era anormal sentir dolor por la pérdida de un amigo.
Por supuesto que mi dolor era mucho mayor por el cúmulo de cosas que tenía en cima y la muerte de Ramón desbordó la copa.
Esta verdad no se la podía contar por muy médico que fuera, y mucho menos porque lo sabía igual o peor que los de su calaña, por lo que decidí guardar silencio ante todas sus provocaciones. Después de varias horas de observación orientó al enfermero me suministrara un ansiolítico en vena y me rebajaran de servicio durante un mes.
Con estos días de reposo me puse una vez más frente a la verdad absoluta, entonces pude razonar con mayor claridad qué era una misión, cuánta promiscuidad y prostitución encierra, cuántas represiones le esperan a los designados, cuánta pérdida de valores, cuánta discriminación, además para poder liberarte de las garras del monstruo tienes que exponer tus más preciados conceptos.
Aquí conocí la falta de dignidad, de escrúpulos, la bajeza moral. A mujeres supuestamente dignas que para sobrevivir sin afectarse tenían que entregar sus cuerpos a hombres honestos prostituidos de igual forma o negociando alimentos por ropa para sus familiares, negociando tabaco y ron, todos bajo el refrán “sálvese quien pueda”.
Las parejas escribían a sus esposas y esposos llenos de tristeza y nostalgia y después para calmar el gorrión se hacían el amor desparpajadamente en cualquier lugar del desespero.
La venda comenzó a caer de mis ojos aún inocentes y sorprendidos ante tantas miserias humanas.
El 28 de agosto llegó un grupo de hombres y mujeres de mi país. Los predios se repletaban, el Imperio de la Simulación gritaba al viento su orgullo internacionalista. Tal vez porque nunca supo, ni se imaginó esta condición del hombre, y si lo supo trató de continuar enajenado.
Por suerte para mí en este viaje llegó Sacarías Bermúdez, alto militar y jefe de Miguel.
Sacarías era un buen hombre, militar hasta los dientes pero con un buen grado de justicia, increíble pero su especie no se había extinguido del todo. Preguntó por Miguel y al conocer de su desvió al Sur se puso muy molesto y resolvió con el Simio lo regresaran a las funciones por los cuales había venido desde tan lejos.

Esta situación fue resuelta sin muchas evasivas teniendo en cuenta que de jefe a jefe todo se puede y más si entre ellos existen trapitos sucios, lo cierto fue que en varios días mi pobre Miguel regresaba a los brazos de su Penélope.
Su piel ennegrecida la ropa raída de tanto arrastrarse sobre la tierra, la razón delirante y los ojos saturados por las bayonetas y las bombas, además de la cantidad de hombres que tuvo que dejar sobre el terreno, pero era mi Miguel que regresaba y yo tenía que ayudarlo a recuperase de lo vivido .
Así lo hice incluso delante del más hiriente comentario, o de la risa provocativa que surgía en el silencio de un almuerzo o pullas al viento de cualquier lengua virulenta, y que mi esposo no percibía producto a su desconocimiento e inocencia.
Su único anhelo era estar junto a mí, volver a ser los amantes de Verona y así quiso implantar su primavera en todo mi espejismo, sin saber que solamente éramos el sordo rumor de un presagio.
Mi salud se empeoraba cada día más, perdí el sueño, el apetito y bajaba de peso por días. El pelo se me comenzó a caer y ningún tratamiento médico me resolvía el problema, ni siquiera el regreso de mi amado Miguel, al contrario verlo frente a mi era como un castigo, no podía mirarlo a los ojos, y si lo hacía, después no cesaba de llorar.
Él muy preocupado me preguntaba el por qué de mi distancia, pero mi silencio era como un látigo sobre su incertidumbre, y sin querer lo hacía agonizar de pena.
El jefe no dejaba sus asedios, pero ahora con menor incidencia, y no por el regreso de mi esposo, sino porque Olguita le estaba resolviendo sus necesidades carnales y a ella le convenía por muchas razones tenerlo todo el tiempo a sus pies.
Pero la conciencia no me dejaba tranquila ni un segundo ajustándome todas las cuentas y haciéndome culpable sin serlo.
Había sido ultrajada por otro hombre y aunque no llegó a ejecutar el acto sexual tocó mis intimidades, me vio desnuda, y aquello para mi forma de pensar y mis costumbres morales era pecado.
¿Cómo decírselo a Miguel?, sería buscarle la muerte o la cárcel por lo que decidí callar a pesar de mí vergüenza y mi afección nerviosa.
Tenía que callar y callar hasta introducirme en el peor de los micros mundos. Callar por Miguel aunque el tormento me llevara a la psicosis a la depresión, a la disociación a la locura misma.
Mirar a mi esposo era sentirme traidora, era mejor morir que continuar así y por eso lo velé a él y al enfermero y sustraje del botiquín dos paquetes de estupefacientes y me los tomé al caer la noche.
Miguel que sabía de mi enfermedad nerviosa aunque desconocía las causas, atribuyéndoselo al cambio de vida, a los horrores de la guerra, al estrés en fin a todo menos a larealidad, al verme dormida tan temprano se preocupó y trató de indagar en mi bolso, donde encontró los paquetes vacíos.
Cuatro lavados de estomago, ocho sueros a llave abierta y nada. La presión arterial en 40 con 60, el pulso impalpable y Miguel muriendo por mi culpa en su inocencia.
Adolfo Caro otro médico amigo de Miguel decidió enviarme para mi país en cuanto me recuperara un poco.
Y así lo hizo, fue el día más feliz de mi vida después de enfrentarme a tantos avatares y el más infeliz porque me iba de las garras de Lucifer y sus pailas de aceite, pero dejaba a Miguel expuesto al dragón de las mil cabezas y no podía hacer nada por él ni él por mi.
Estábamos en la Selva, bajo su ley, y mientras en mi cerebro se debatían tales ideas el destino emitía una nueva mala pasada al otro lado del continente.