A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

miércoles, 11 de abril de 2012

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«El cine español no existe»

La directora general del ICAA escribe para ABC sobre los recortes en las ayudas, el cambio de modelo y el prometedor futuro de la industria nacional


«El cine español no existe»
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De vez en cuando aparecen joyas en cualquier filmografía nacional. Mientras se habla del éxito en taquilla de películas como la francesa Intocable, un relato en clave de humor con un fondo nada divertido, nuestra película de animación Arrugas, con un tono similar pero que aborda la vejez y no la discapacidad ni las diferencias sociales, va cosechando éxitos uno tras otro.

No sólo The Guardian la ha calificado como una de las cinco mejores películas del año y ha recibido, entre otros muchos, el premio a mejor productora europea en el festival Carton Movie, uno de los más prestigiosos del sector. Es cierto que es animación para adultos, un género al que quizás el público no está habituado, pero en nuestro país ha dado otros frutos recientes, como Chico y Rita, nominada a los Óscar no en la categoría de película extranjera, sino en competencia “perfecta” con producciones estadounidenses.

Mientras The Artist se ha consolidado como un éxito mundial tras su aparición estelar en el Festival de Cannes del pasado año, en España se había producido ya entonces Blancanieves, de Pablo Berger, una delicia asimismo en blanco en negro que no ha podido verse hasta la fecha y que confiemos se pueda ver pronto. La recientemente estrenada Rec 3, una historia de zombies alabada por la crítica y con interesantes apuestas técnicas, ha conectado con su público, tal como hicieron las dos anteriores entregas que se estrenaron en prácticamente todo el mundo, incluyendo un remake producido en Estados Unidos. Su productora, Filmax, es una de esas factorías industriales/culturales que han apostado por la internacionalización: esta película, como las anteriores, se encuentra ya vendida en todo el mundo.

De la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya, la ESCAC, no cesan de llegar sorpresas agradables: ahí se encuentra la apuesta íntima de Mar Coll, Tres días con la familia, merecedora de diversos galardones, entre ellos el Goya a la mejor dirección novel, y también, más recientemente, la espectacularEva, de Kike Maíllo, que destaca por sus efectos especiales. En la cartelera de los últimos meses se han juntado títulos tan diversos como la inquietante Mientras duermes, la comedia Extraterrestre en clave de humor absurdo generacional que a quien le escribe le resulta muy reconocible o Luces Rojas, una producción española de Rodrigo Cortés, pero con un claro posicionamiento internacional. También han convivido la polémica Torrente 4, que podría dar lugar a un estudio sociológico interesante habida cuenta de su siempre ratificada conexión con la taquilla, o la estéticamente impecable La piel que habito.

Es probable que el cine español no exista, entendiendo por esta afirmación que es posible que – a la luz de la diversidad de títulos y géneros – el cine español no exista como género. ¿Qué tiene que ver Pocoyó – que no es cine, pero sí animación española – con Celda 211? ¿Qué puntos hay en común entre Katmandú, la historia de una maestra en Nepal, y la premiadísima No habrá paz para los malvados?

En realidad, en estos cuatro ejemplos, la nota común es la aceptación del público, un público que no siempre accede a las películas en salas de exhibición y que, además, no siempre paga por acceder a dicho contenido. Esto implica que la obtención de datos reales sobre el grado de aceptación del público resulte sumamente compleja e implica, además, que la cuota de pantalla en salas no pueda considerarse un medidor fiel del interés por el cine.

Es un dato importante a tener en cuenta, por supuesto, pero no puede menospreciarse que entre nosotros existen unas costumbres que probablemente irán desapareciendo también, aunque no sólo, a medida que se consoliden las ofertas de acceso legal a contenidos en condiciones razonables. En el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, por ejemplo, se acaban de homologar dos plataformas, Filmin y Filmotech, a efectos de que el visionado de películas a través de dichas plataformas compute de manera oficial para nuestro registro interno.

El cine en nuestro país ha evolucionado mucho en los últimos años. Quizás el hecho de que de manera paulatina se va produciendo un cambio generacional hace que nuestros productores y todo el personal creativo se estén acostumbrando a pensar de manera internacional.

No sólo hay directores que, como Juan Antonio Bayona, los hermanos Pastor, Juan Carlos Fresnadillo o Luis Berdejo son reclamados por Hollywood, sino que también se consigue atraer producciones extranjeras para que sean rodadas en España con personal técnico de nuestro país. Woody Allen es probablemente el ejemplo más claro, pero no el único. Más allá de esto, como es evidente y como sucede en todos los lugares, hay cine que funciona y cine que no funciona.

Todas estas películas tan diversas, estas manifestaciones culturales en un mundo, el de hoy, en el que la cultura es eminentemente audiovisual, tienen un denominador común: para su producción, a diferencia de otras actividades creativas, se necesita un entramado industrial que la sostenga, un entramado que, además, genera empleo y contribuye de manera decidida a la Marca España.

Debido a que producir una película suele comportar un coste mayor que otras actividades artísticas, y debido a que desde la Segunda Guerra Mundial Europa debía competir en condiciones de desigualdad con el cine procedente de Estados Unidos, el apoyo público a la producción cinematográfica ha resultado siempre indispensable.

Se ha de señalar, además, que incluso en Estados Unidos, con su historia y sus tradiciones, el cine y la cultura en general reciben apoyo de múltiples fuentes, si bien ello se produce de una manera muchísimo más sutil que en la Europa continental, algo que explica de manera magistral Frédéric Martel, parafraseando a Tocqueville, en su libro De la culture en Amérique. Los modelos hoy no son puros y, aunque Malraux no ha muerto en términos simbólicos, sí ha evolucionado. Incluso en Francia, paradigma del Estado de Cultura, se han producido cambios en los mecanismos de apoyo a la cultura y su Ley de Mecenazgo podría considerarse un modelo interesante.

En lo que respecta al cine, también se ha producido una evolución en el Derecho que lo regula, atendiendo a los múltiples elementos que concurren en la obra cinematográfica: cultura, industria, innovación, educación, posicionamiento en la esfera internacional y, cómo no, también entretenimiento. Es cierto que no hay comparación posible con los presupuestos de países como Francia, menos aún en tiempos de crisis, pero lo cierto es que en ningún país – ni siquiera en Estados Unidos – funciona el cine sin apoyo público.

En este sentido, parece que no hay fórmulas mágicas y que lo razonable sería seguir la arquitectura básica ya prevista en la Ley del Cine de 2007, con algunos ajustes: se habría de mantener un montante – el que sea posible en cada momento – para ayudas directas, quizás de carácter más selectivo y no diferido en el tiempo, combinándolo con un sistema más atractivo de incentivos fiscales (que no instrumentos de mecenazgo, objeto de una ley diferente) para productores en sentido estricto y para terceros inversores, que permitan a los productores montar planes de negocio en un marco de seguridad jurídica, teniendo en cuenta que el “negocio” se desarrolla en un plazo de varios años.

A la explicación detallada de este sistema me he referido ya tanto en público como en privado, y me continuaré refiriendo en los próximos días, pero estimo que es importante contextualizar la discusión y, en la medida de lo posible, atenuar posiciones preconcebidas, antes de entrar en la valoración de medidas más concretas que dependen de la adecuada compresión de este marco, un marco en el que, no se olvide, la filmografía que se produce con talento de nuestro país contribuye al crecimiento cultural y económico, tiene una destacada posición en Europa y un creciente éxito fuera del viejo continente.

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