A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

domingo, 5 de febrero de 2012

ENTERATE DEL LIBRO DEL VIERNES

El libro del viernes:

“El Eclesiastés”,

de Salomón

Heere: La visita de la reina de Saba al rey Salomón (Catedral de Gante)

Hace casi tres mil años un rumor se extendía por los cuatro vientos: ningún mortal es tan sabio como Salomón, rey de Israel.

Su inteligencia y conocimiento de todas las ciencias era casi total. Sabía de plantas, de peces, de animales, de la vida cotidiana, del proceder del hombre, de mujeres, de vinos, de placeres, y pensaba que a fin de cuentas todo aquello era vanidad: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”.

A presencia de Salomón acudieron una vez dos mujeres que vivían juntas. Se disputaban un recién nacido: “Anoche murió el hijo de esta, y mientras dormía me lo cambió por el mío”, dijo la una. “No es cierto. Este es mi hijo, el suyo fue el que murió”, respondió la otra.

Salomón resolvió solicitar una espada y dividir al niño vivo entre las dos mujeres para que se acabara la pelea. La una dijo: “Estoy deacuerdo. Que lo piquen y nos den una mitad a cada una“. La otra replicó: “¡No! Dénselo a ella, pero no lo maten”. Entonces el rey supo quién era la madre y ordenó la muerte de la mentirosa.

Foto: Salomón ante las dos mujeres que peleaban por un niño

Cuentan el Corán y la Biblia que la fama del hijo de David era tal que la reina de Saba viajó a Israel para ver con sus propios ojos lo que tanto había escuchado. Los relatos le habían mentido: la gloria y la sabiduría de aquel rey eran mucho más grandes que el mito.

Salomón era hijo de David, el ungido que mató al gigante Goliat. El origen de aquella sabiduría tuvo lugar al principio de su reinado: el Todopoderoso se le apareció en sueños y le dijo: “Pide lo que quieras“. El joven monarca contestó:

“Da, pues, a tu siervo un corazón que sepa escuchar, para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo. Porque, ¿quién podrá gobernar a este tu pueblo tan grande?”

Y el Altísimo habló de nuevo para concederle su deseo: “Yo te daré un corazón sabio y entendido, tal que no ha habido antes de ti otro como tú, ni después de ti se levantará otro como tú.

Y también te daré las cosas que no has pedido: riquezas y gloria tales que no haya nadie como tú entre los reyes en todos tus días”.

Foto: Edward Poynter: Visita de la reina de Saba al rey Salomón, 1890

Aunque tales historias no forman parte del libro que hoy quiero referir, sí tienen un valor fundamental para entender a Salomón como autor de “El Eclesiastés“, cuya profundidad filosófica se adelanta 28 siglos a la congoja de Miguel de Unamuno y al existencialismo Albert Camus o Jean Paul Sartre.

Salomón razona en este texto sobre la inutilidad del trabajo excesivo del hombre que un día morirá, sobre la estupidez de almacenar riquezas que serán tal vez despilfarradas por un heredero, sobre la brevedad de la vida, sobre los placeres, sobre la compilación de conocimientos fútiles… “Porque vanidad de vanidades, todo es vanidad“.

Aunque destaca el absurdo de la vida, no se limitó este rey-filósofo a la crítica de los esfuerzos humanos, también redescubrió un sentido para la existencia: “Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” ( Eclesiastés 12:13).

Entre tantos placeres y sabiduría Salomón se apartó de su dios, de Dios. Tenía 700 esposas y 300 concubinas. Dio rienda suelta a los placeres del vientre, rindió culto a estatuas de falsos ídolos, se apartó del camino que él mismo predicó.

Si a este rey le llegó el arrepentimiento es algo que no registra la historia. Pero es seguro que el legado de sus palabras no se perderá en el olvido de los siglos.

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