A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

martes, 30 de septiembre de 2008

LITERATURA UNIVERSAL





CONCEPTOS DE LITERATURA UNIVERSAL


La literatura universal es el estudio de las culturas y el arte de redacción de éstas. Según las civilizaciones se han desarrollado, sus sistemas de comunicación escrita y oral han florecido.

En muchos casos alcanzando técnicas mucho más avanzadas de la simple necesidad de trasmitir información.

El idioma de por sí convirtiéndose en medio de unificación al narrar los actos heroicos, las leyendas y tradiciones de los pueblos. Logrando su máxima expresión al cantar la belleza de la lengua y los sentimientos de quien la canta.

Se incluye todas las épocas, países, estilos e idiomas en que el ser humano, por el momento, haya expuesto sus pensamientos al prójimo usando el idioma como vehículo. Siempre que se emplea el idioma, algo de arte le acompaña. Y si el habla es arte, es literatura.

Por el momento nos limitamos a la literatura en alguna forma de escritura, tal vez algún día podamos ir más allá. Por falta de tiempo, espacio y conocimientos empezamos con una minúscula sección de esta amplia tarea.

Desafortunadamente tenemos que limitarnos a las obras más leídas de los autores más reconocidos.

La literatura la separamos en culturas para facilitar su estudio.

La Literatura Hindú
La Literatura Occidental
La Literatura Oriental

Gracias a los avances sociales y arqueológicos se están empezando a detallar culturas o bien ignoradas o bien desconocidas. Muchas de estas culturas dejaron rastros de su existencia, constancias escritas que aun se tratan de descifrar. Los egipcios son el mejor ejemplo pero abundan muchas en todos los continentes que proveerían nuevas secciones a la Literatura Universal. El efecto que nosotros no la comprendamos aun no quiere decir que no poseen grandes enseñanzas. Por esos errores ya pasamos.

Literatura en lenguas europeas
Literaturas en lenguas antiguas y clásicas

Literatura en griego antiguo
Literatura en etrusco
Literatura en latín

Literaturas en lenguas modernas

Grandes literaturas

Literatura en español: se inicia hacia el siglo XI con las jarchas, pequeñas piezas mozárabes descubiertas en el interior de un libro por un israelí en el siglo XX, siendo su primera obra de importancia el Cantar del Mío Cid en el XII.


Su primer época de esplendor es el llamado Siglo de Oro en los siglos XVI y XVII, durante la que se escribió El Quijote de Miguel de Cervantes, considerada la obra cumbre de la literatura en español.


Al Siglo de Oro pertenecen autores de la talla de Lope de Vega y Francisco de Quevedo, además de innumerables otros, tanto en España como en América. A partir del siglo XVII se entra en una cierta decadencia, que será superada con la llegada del romanticismo (Béquer o Rosalía de Castro.

Con el realismo surgen grandes escritores españoles como Galdós o Leopoldo Alas. Comienza una nueva época de esplendor, a veces llamada Siglo de Plata, en la que destacan autores como Rubén Darío y las generaciones del 98 y del 27, con grandes autores como Federico Garcia Lorca, Pío Baroja,Unamuno, Rafael Alberti o Antonio Machado.


Desde la mitad del siglo XX hay que destacar la explosión de autores americanos, sobre todo en el movimiento llamado realismo mágico, como el premio Nobel Gabriel García Márquez.

Literatura en alemán: tiene sus inicios hacia el año 750, aunque hasta el 1500 se considera que la lengua utilizada es el antiguo alto alemán.

La época de mayor interés está entre 1170 y 1230, en la que floreció el Minnesang, canciones de amor cortés y poemas épicos, cuyo representante más importante es Walther von der Vogelweide.


El Renacimiento y el Barroco serán de poco interés, aunque es en esta época que Martín Lutero crea, con su traducción de la Biblia, la lengua estándar que conocemos en la actualidad.

Serán los movimientos del Sturm und Drang y el Clasicismo de Weimar los que den autores universales como Goethe, cuyo Fausto pertenece sin duda al canon literario occidental, Schiller y Hölderlin.


El romanticismo también tuvo mucha importancia, dando autores como Heinrich Heine y los hermanos Grimm, pero es a partir del siglo XX que aparecerán de nuevo figuras universales de la talla de Rainer Maria Rilke, Thomas Mann, Franz Kafka, Hermann Hesse, Bertolt Brecht, Wolfgang Koeppen y Günter Grass.

Literatura en francés: se inicia hacia el siglo XI, siendo su primera obra de importancia el Cantar de Roldán.

Del Renacimiento hay que mencionar a Rabelais; pero es a mitad del siglo XVII que Francia se convierte en el centro cultural de Europa, irradiando la Ilustración, dando autores universales de la talla de Racine, Molière y Rousseau.

A partir del siglo XIX la literatura en francés marca el paso a las demás literaturas europeas dando grandes autores en todos los ismos: romanticismo (Victor Hugo o Dumas), realismo (Balzac, Flaubert o Stendhal), naturalismo (Zola), simbolismo (Baudelaire), surrealismo (Breton) y existencialismo (Sartre o Camus) son algunos de los más importantes.

A partir del XIX también aparece la literatura africana francófona y la realizada por otras ex-colonias francesas. Autores contemporáneos que merece la pena destacar son Jean Cocteau, Jean Genet y Amin Maalouf.


Literatura en albanés: los primeros documentos albaneses son del siglo XV, aunque el primer libro es el Meshari (Misal, 1555) de Gjon Buzuku. Hasta el siglo XIX la literatura es escasa y sobre todo de tipo religioso, destacando el foco italiano con Gjul Variboba.

Hacia finales siglo XIX se produce el Rilindja Kombetarë (Renacimiento nacional), un fuerte movimiento nacionalista que tiene su centro literario en Shkodër, siendo su principal representante Gjergj Fishta.

El siglo XX dará paso a una fragmentación de la producción literaria en un foco italiano, uno albanés y otro en Kósovo, siendo el autor contemporáneo más conocido Ismail Kadare.

Literatura en aragonés: el aragonés no ha tenido un literatura como tal en su lengua hasta el siglo XX.

Desde el siglo XII y XIII se encuentran textos literarios en los que aparecen aragonesismos mezclados con castellano en mayor o menor grado, por una parte, y textos castellanos en los que trozos son en aragonés, por otra.

Del primer tipo merece la pena destacar la Crónica de San Juan de la Peña del siglo XIV y Vida de Pedro Saputo de Braulio Foz y del segundo a la autora Ana Abarca de Bolea.

No será hasta los años 1970 que, con la gramática de Francho Nagore, comience una literatura en aragonés segura de sí misma con autores como el mismo Nagore, Ánchel Conte y Chusé Inazio Nabarro.

Literatura en asturiano: aunque existe una literatura oral anterior, el primer texto literario propiamente dicho es el Pleitu ente Uviéu y Mérida poles cenices de Santolaya del clérigo Antón de Marirreguera, que data de 1639.

Tuvo su primer esplendor con la Xeneración del Mediu Sieglu durante la Ilustración, movimiento al que pertenecen Gaspar Melchor de Xovellanos y Bruno Fernández Cepeda.

En el siglo XIX, la Colección de poesías en dialecto asturiano de Xosé Caveda y Nava animará a otros autores como Xuan María Acebal, hasta desembocar en los regionalistas Pepín de Pría y Fernán Coronas.

La muerte de Franco y la Transición española provocarán el Surdimientu contemporáneo, en el que destacan Manuel Asur y Xuan Xosé Sánchez Vicente.


Literatura en bretón: tiene sus primeras manifestaciones orales hacia el siglo VI, teniendo en época medieval una literatura próspera y de importancia, cuyos representante más conocidos fueron los bardos Taliesin y Bleheri.

Los primeros textos conservados son del siglo XV y XVI, los llamados Buhes ar Zent (Vidas de Santos) y algunas obras teatrales, todos de temática religiosa. Pero no fue hasta el siglo XIX que la literatura en bretón tuvo un renacimiento gracias al romanticismo.


Viejos mitos y leyendas celtas, como la del rey Arturo, Merlín o Tristán e Isolda, fueron retrabajados.

Sus mayores representantes fueron Théodore Hersart de la Villemarqué y Aougust Brizeug. A partir de los años 1920 la literatura sufre un nuevo impulso, centrado en el lingüista Roparz Hémon y la revista literaria Gwalarn.



Literatura en búlgaro: comienza en el siglo IX con obras religiosas en antiguo eslavo eclesiástico y los alfabetos cirílico y glagolítico.


Esta literatura tuvo una enorme influencia en otros países eslavos, con autores como Eutimio de Tarnovo o Juan Exarca, hasta que en 1396 la invasión otomana llevó a la decadencia.

La llama literaria se mantuvo hasta el siglo XVII entre los católicos del noroeste, siendo el Abagar (1651) el primer libro impreso en búlgaro.


El renacimiento literario comienza en el siglo XVIII durante el movimiento independentista, con poetas revolucionarios como Christo Botev y Lyuben Karavelov. Tras la independencia en 1878 el autor más importante es Pencho Slaveykov. Tras la II Guerra Mundial, se extiende el realismo socialista.

Literatura en catalán: se inicia a finales del siglo XI o comienzos del XII con las Homilías de Organyà.

Inicialmente muy influenciada por la literatura occitana, tiene a su primer gran autor en Ramon Llull. Alcanza su Siglo de Oro durante el siglo XV con autores como Jordi de Sant Jordi, Ausiàs March e Isabel de Villena.

Tras su obra cumbre, el Tirante el Blanco de Joanot Martorell, entra en una relativa decadencia hasta la llamada Renaixença del siglo XIX, cuyos principales representantes son Jacinto Verdaguer y Àngel Guimerà.

El impulso que continuará a lo largo del siglo XX con autores como Salvador Espriu, Josep Pla y Josep Maria de Sagarra, dándose una auténtica explosión de autores y ediciones a finales del siglo XX y comienzos del XXI.

Literatura en checo

Literatura en córnico

Literatura en corso: los orígenes se dividen entre la literatura popular oral y, a partir del siglo XVI, los autores que escribían en italiano con elementos y partes en corso.

Precursores del movimiento literario corsista en el siglo XIX fueron las publicaciones de poesía popular corsa y los primeros estudios de la lengua, además de los autores Salvatore Viale y Paolo-Mattei della Foata, el primero en escribir exclusivamente en corso. La primera gran figura es Santu Casanova, que dará paso a las nuevas generaciones del siglo XX, marcadas por revistas como A Muvra de Petru Rocca, Annu Corsu, en la que aparecen las primeras novelas modernas en corso, escritas por Sebastianu Nicolai, U Muntese y Rugiru, en la que hay que destacar las colaboraciones de Rinatu Coti.



LITERATURA UNIVERSAL


El principito




Autor: Antoine de Saint-Exupéry

Sólo con el corazón se puede ver bien.
Lo esencial es invisible para los ojos. .


El principito (en francés: Le Petit Prince), publicado en 1943, es un cuento muy famoso del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. Lo escribió mientras se hospedaba en un hotel en Nueva York y fue publicado por primera vez en los Estados Unidos. Ha sido traducido a 180 lenguas y dialectos.

En apariencia un libro infantil, en él se tratan temas tan profundos como el sentido de la vida, la amistad y el amor. En este cuento, Saint-Exupéry se imagina a sí mismo perdido en el desierto del Sahara, después de haber tenido una avería en el avión.
Entonces aparece un pequeño príncipe. En sus conversaciones con él, el autor revela su propia visión sobre la estupidez humana y la sencilla sabiduría de los niños que la mayoría de las personas pierden cuando crecen y se hacen adultos.

El relato viene acompañado por ilustraciones dibujadas por el autor.

Sinopsis
El principito vive en el pequeño planeta, el asteroide B612, en el que hay tres volcanes (dos de ellos activos y uno no) y una rosa. Pasa sus días cuidando de su planeta, y quitando los árboles baobab que constantemente intentan echar raíces allí. De permitirles crecer, los árboles partirían su planeta en pedazos.

El principito abandona el planeta un día para conocer el resto del universo y visita otros planetas, cada uno de los cuales se encuentra habitado por un adulto que, a su manera, demuestra lo estúpidos que la mayoría de las personas se vuelven al hacerse «grandes»:

La Flor, nos muestra el orgullo y la vanidad, que muchas veces poseemos

El rey, quien cree gobernar las estrellas porque les ordena hacer cosas que obviamente aún harían de cualquier manera. Representa la ambición política.

El vanidoso, quien desea que todos lo reconozcan como un hombre digno de admirarse. Representa la vanidad y el egoísmo del hombre.

El borracho, que bebe para olvidar que se avergüenza de beber. Representa la falta de fuerza de voluntad humana.

El hombre de negocios, quien se encuentra siempre ocupado contando las estrellas que piensa poseer. Planea utilizarlas para comprar más estrellas. Representa la avaricia y la ambición económica.

El farolero, que vive en un asteroide que rota una vez por minuto. Hace mucho tiempo le fue encargada la tarea de encender el farol de noche y apagarlo de día. Por aquel entonces, el asteroide rotaba a una velocidad razonable y tenía tiempo para descansar.
Con el tiempo, la rotación se aceleró y, negándose a abandonar su trabajo, el farolero enciende y apaga el farol una vez por minuto, no pudiendo descansar nunca. Representa la lealtad y la responsabilidad, es el único personaje de alma positiva que conoce el principito en su viaje.

El geógrafo, que pasa todo su tiempo dibujando mapas, pero jamás deja su escritorio para explorar. Representa la pasión laboral.

Puramente por interés profesional, el geógrafo solicita al principito que describa su asteroide. El principito describe los volcanes y la rosa.
El geógrafo rehúsa incluir la rosa, argumentando que las flores son efímeras. El principito queda conmocionado y herido al saber que su rosa desaparecerá algún día. El geógrafo le recomienda visitar la Tierra porque tiene muy buena reputación.

Una vez en la Tierra, el principito encuentra toda una hilera de rosales y se deprime, porque pensaba que su rosa era única en todo el universo. Más tarde conoce y hace amistad con un zorro, que le explica al principito que su rosa es única y especial porque es la que él ama.
En su despedida, el zorro le regala su secreto:

Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos. .

lunes, 29 de septiembre de 2008

LITERATURA CUBANA



Cuba y Martí en el ojo de Pedro Ramón

Por León de la Hoz

Acaba de caer en mis manos un libro delicioso, divertido y alucinante, que a pesar de su título de tesis doctoral merece la pena ser abierto y disfrutado. Se trata de Cuba y Martí: en el ojo del huracán, de Pedro Ramón o más bien “Cuba y Martí en el ojo de Pedro Ramón”, que suena mejor y se ajusta adecuadamente a lo que el lector encontrará en las más de cien páginas por las que transcurre lo que pudiera ser parte de la historia de Cuba ilustrada por grandes pintores de todos los tiempos y teniendo como personaje principal nada más y nada menos que a José Martí.

El libro, perteneciente a la colección de arte de la editorial Betania, es un verdadero hallazgo y un aporte a la historia iconográfica del país.
No hace falta leer los trabajos que acompañan las obras (yo no lo he hecho) para descubrir que estamos ante la obra de artista que ha dado con un filón inédito de la plástica cubana, ya que ni Raúl Martínez con sus imaginería patriótica, ni los autores que en los ochenta desafiaron los paradigmas simbólicos de la patria como Tomas Esson, indagaron con tanta responsabilidad y al mismo tiempo desparpajo al símbolo de los símbolos cubanos: José Martí.

Para mí lo realmente trascendente, aunque no sea lo único meritorio, es la transmutación de la imagen de Martí a través de épocas, estilos y pintores.
Desde la portada en la que aparece transfigurado el cientos de veces parodiado “Caballero de la mano en pecho”, esta vez con la mano en la espada y un revólver en la mano, ya sabemos que asistiremos a una galería de imágenes que no nos dejará quietos.
Nuestras expectativas no quedarán defraudadas porque a lo largo del libro vamos asistiendo al quehacer de un artista al que su madre ha puesto PR pero que, sin embargo, es capaz de asumir el reto de ser otros sin perder su propia condición e identidad.
Y esa es la esencia de la calidad del trabajo de PR, él no es un copista, tampoco es un parodiador, es, en todo caso, un impostor genial que al apropiarse de cada imagen ajena deja su marca.

Confieso que nunca antes me había interesado y emocionado más la imagen de Martí.
El uso indiscriminado de la imagen del poeta, como otros tantos símbolos vaciados de contenido por la apropiación indebida de los metarrelatos políticos, de pronto PR le ha dado un nuevo sentido, añadiéndole una carga renovada a la recreación de obras que en sí mismas, al recrearlas, ya él las ha dotado de una autonomía descontextualiza.
No sé cómo un lector extranjero podrá ver las reinterpretaciones de las obras del Greco, Schiele o Dix, por ejemplo, pero sí sé lo que puede sentir un cubano al ver la figura desmitificada y reapropiada de Martí en las múltiples mutaciones que nos ofrece el pintor.

Aunque la mayoría de las obras de este libro —y creo que las mejores— están referidas y referenciadas a la deconstrucción de un símbolo, hay otras de carácter histórico donde la ironía e incluso el sarcasmo adquieren la personalidad del homenaje.
Ahí están las obras como “En mi jardín pastan los héroes”, cuyo título pedido prestado a Padilla, ya abre el mundo de las sugerencias e interpretaciones; véase también “El otoño del patriarca”, dedicada a la imagen de Fidel Castro con el rostro demacrado y la mirada torva.
Esa es otra de las cualidades de la obra que nos presenta PR: su capacidad para reactualizar tópicos de la historia nacional con una mirada que nos revela otras lecturas de las que podemos escoger una, que tal vez no sea la que hizo el autor.

Finalmente, cada una de las transfiguraciones de Martí es hermosa y me gustaría tenerla colgada en mi casa acompañando algún Ever Fonseca, Fabelo o Zaida.
No sé si la reproducción de las obras es tan buena como merecen los originales, pero de cualquier modo tener este libro en el salón de mi casa es un lujo que le agradezco a Pedro Ramón y a Betania, en definitiva los libros pueden ser también para eso: abrirlos y dejarlos para iluminar paredes.

Enviado a Conexión Cubana por Pedro Ramon Lopez Oliver

sábado, 27 de septiembre de 2008

DISEÑO GRAFICO




El diseño gráfico cubano


Una carrera de relevos


Por: Reynaldo González Villalonga

Conexión Cubana


Mi
acercamiento a las artes gráficas nació del periodismo. Me interesé por lo que decía la página y por cómo se veía esa página.

En aprendizaje tan placentero me ayudaron algunos amigos que siempre habitan mi recuerdo. Dos de ellos fallecidos, Raúl Martínez y Darío Mora, y uno que continúa su labor haciendo de páginas y portadas objetos admirables, Umberto Peña.

En su momento ocuparon respectivos y definitorios espacios en editoriales cubanas. Raúl en Arte y Literatura y Letras Cubanas, después de un inicio rompedor en Ediciones R y Lunes de Revolución. Darío le dio un perfil y un carácter definido a los libros de Ediciones Unión, de la UNEAC, a sus revistas y carteles.

Umberto fijó residencia en una casa de excepción, la Casa de las Américas. Con su labor todos distinguimos sus publicaciones y desde ellas dio lecciones inolvidables. Los he recordado mucho en estos días, cuando se preparaba el Congreso Mundial del Consejo Internacional de Asociaciones de Diseño Gráfico 2007, a celebrarse en La Habana, entre el 20 y el 26 de este mes. Los he tenido presentes mientras escribía el texto que sigue, introductorio de la exposición Cuba Gráfica, en la Casa de las Américas, como parte de los actos del Congreso. RG.
En este breve texto me acojo a generalidades, sin precisar períodos, empresas y personalidades muy bien descritas en un trabajo que comparte estas páginas.

Opto por evocar las muchas y variadas razones que hicieron de las calles y las fachadas habaneras ?y en menor pero significativa medida de algunas ciudades principales de Cuba? espacios donde desde muy temprano las artes gráficas y la propaganda alcanzaron un desarrollo que paulatinamente resultaría impetuoso.

Podemos considerar que asomó a la vía pública una vez conquistados los interiores: de cuanto adornaba el salón y se movía en las manos a la conquista del exterior, de las marcas elaboradas por grabadores alemanes y franceses que en el siglo xix venían a satisfacer demandas de burgueses esclavistas ávidos de exaltar sus posesiones y su vanguardismo industrial ¿con el consecuente emplazamiento de equipos impresores para la exquisitez de las vitolas y los embases tabaqueros?, a periódicos que seguían pautas extranjeras, superadoras de las iniciales listas de entradas y embarques portuarios, crónicas simplemente factográficas.

Se fue conformando un sentido del reclamo comercial, de la información ilustrada, de la promoción para la competencia, y se tradujo en educación colectiva, costumbre que conminaba la pupila y alertaba el gusto.
Cuba, que fue la hija adorada de España y una suerte de novia deseada de EE.UU., recibió de esas partes del mundo con estilos decantados en la golosa retina de los consumidores, un sentido emprendedor junto a sus adelantos técnicos, y los desarrolló con una prioridad que en algunos aspectos superó a la metrópoli peninsular y a los países circundantes del Caribe y Centroamérica.

Esto ya ocurría en la última mitad del siglo xix, en la evolución de los embases y un innegable refinamiento en la prensa escrita.

La llegada de la vida republicana, aunque tardía en relación con los países del hemisferio, detonaría el auge de esa propaganda inicialmente vinculada a los negocios, pero también a las distracciones, la información de gratificaciones enriquecedoras del entorno, como la moda y las líneas de los carruajes en que los poderosos se movían por las ciudades.

¿Qué fueron, si no, los aderezos de los caleseros, sus vistosas chaquetas y elevados sombreros, las calesas mismas, los decorados toldos que hacían amable el tránsito por las arterias soleadas de las ciudades y los anuncios en fachadas de establecimientos y paredones sin aparente uso?

Allí, a no dudarlo, se expresaban preferencias por tipografías que los rotulistas agrandaban, detalles embellecedores del espacio y no escaso humor para captar la atención de los paseantes.

Cuando observamos viejas fotos de La Habana, nos asaltan esas manifestaciones propagandísticas, verdaderas gigantografías con un carácter marcadamente competitivo. La capital cubana se beneficiaba de su situación geográfica y de resultar, desde el inicio, un punto de encuentro y de entrecruce cultural, hacia un cosmopolitismo imparable. Desde entonces el grafismo no se detuvo en su aspecto comercial.
La vida republicana tendría una expresión definidora en el manejo de la propaganda impresa, los anuncios pagados en periódicos donde sobresalía el gusto de empresarios que buscaban la diferenciación e hicieron de esas páginas un muestrario de pretensiones, de puja por sobresalir.

Fueron de los mínimos grabados a los letreros con grandes tipografías que explicitaban el carácter de las proposiciones.

Algo que llamaríamos "logotipos" emergía de esos reclamos, ganaba espacio al ambicionar la pared, ya como sello distintivo, con la multiplicación de aquella imagen, diríamos que ampliada "por la línea perpendicular". El dentista usaba una dentadura, el zapatero un zapato, el oculista unos lentes, el sastre un maniquí alfilerado y hasta la funeraria un elegante carromato fúnebre.

Algunas familias tipográficas ganaban preferencia en un surtido todavía escaso cuando los grabadores, xilógrafos o creadores para la impresión en serigrafía, aumentaron la exigua lista de imágenes, implantaron escuelas, estilos y contribuyeron al mejoramiento de los gustos.
Si las crisis económicas cedían, los poderosos o medianos comerciantes aprovechaban la racha para sumar elementos distinguidos en los escaparates delanteros, exhibir las importaciones y las confecciones del patio.

Allí alternaban los anuncios de actos públicos que ponían notas de distinción, la llegada de un circo, el vaudeville trashumante, la gran compañía operística, las seducciones del cinematógrafo, que se impuso con las ampliaciones de sus "vistas" y por la insistencia en determinados productores y artistas.

Todo eso "vestía bien", ocupaba sitio en el imaginario colectivo, pero nada fuera posible sin la seducción de los anuncios, la propaganda impresa, la dedicación de reproductores manuales e impresores. La primera mitad del siglo xx asistió a un desarrollo impar de la propaganda y la información, según escuelas estadounidenses o europeas, hasta desarrollar formas peculiares, nutridas en el humor y el carácter insular.

Ocurrió en el teatro, en los primeros atisbos de una cinematografía nacional siempre agónica pero entusiasta, dispuesta a superar los sucesivos fracasos como la simpática palabra "moriviví", preferida de nuestros abuelos para definir un estado de intermitentes bonanza y desfallecimiento.

Ese propagandismo dependiente de los ciclos de alza y baja, zafra y "tiempo muerto", "vacas gordas" y "vacas flacas" se vinculó a las palpitaciones económica y política, las expresó o denostó e hizo de la sátira un elemento consustancial, al tiempo que desarrollaba modos de supervivencia, oficios y especialidades.

El gremio de los tipógrafos no fue nada despreciable en la vida social cubana, evidencia de las necesidades que atendía, la movilidad a que contribuía en un conglomerado bullente, despierto, que por sí mismo creaba y estimulaba necesidades, ciertas o inventadas, en un "todo vale" aleccionador.
No hubo en ese tiempo una verdadera producción editorial ¿sin que faltaran excepciones?, pero sí en cuanto a revistas y periódicos, ya serios, ya humorísticos, una baraja de seducciones para las clases altas y refinadas, con grandes rotativos, representantes de intereses transnacionales, o propios, en una red difícil de desentrañar. En ellos figuraron quienes al oficio unieron un talento que mucho tenía de relaciones públicas, de diplomacia, de juego ingrávido, como para hurtarse de los accidentes propios de la dependencia y el endémico subdesarrollo.

Las clases media y baja hallaban compensación en semanarios y ediciones mensuales de menor costo, algunos con una información impensada en otros puntos del hemisferio, y hasta revistitas ¿colorines? que las farmacias obsequiaban por la mera compra de analgésicos o sales digestivas.

De ellas recuerdo la curiosa Cubamena, prontuario y diversión, consejos útiles y gracejo pícaro, salpimentada por un humorismo sardónico y la premura por colocar entre los humildes, tenidos como "los que más compran", una producción subalterna que sin llegar a remedio ilusionaba como paliativo.

Esa malla propagandística de canales plurales y entrecruzados iba de la radio a la letra impresa, en constante creación de slogans y jingles, anuncios escritos, dichos y cantados, impuesto por una figura seductora, una tipografía peculiar y la frase "gancho", en apelación a necesidades impostergables, o a caprichos también imperativos.

Y en todo hacía su agosto el diseño.
Llegada la televisión confluyeron las imágenes, los sonidos y las zalemas de cierta picaresca, junto a la política en su expresión más burda y directa.

Para entonces predominaba un tipo de propaganda altisonante, que no acudía a la persuasión sino al efectismo.

Quedaban vestigios de un refinamiento orillado por la invasión del mal gusto, que miraba por encima del hombro, con dignidad ofendida pero impotente.

Debe aclararse que también en los predios poco selectivos se requería eficacia, algo ya ganado por los oficiantes del cotidiano ritual de la información, tan metabolizado que pasaba inadvertido, interiorizado como la adicción que actúa "desde adentro" y pide "más de lo mismo" en un reclamo automático.

La población mayoritaria estaba atrapada en las redes de la manipulación política o sentimental ¿la incalculable erosión del sentimentalismo sembrado en el consumo mismo de los mensajes elaborados "para la masa"?, ambas definiciones signadas por un gusto grueso: con similar elementalidad se proponía un candidato a "la cosa pública" que un melodrama folletinesco.

La elite se refugiaba en islotes del dudoso buen gusto de "lo bonito", "lo fino", la sofisticación entendida como refinamiento, sin una respuesta, mucho menos una comprensión de los fenómenos que reiteraba.
En medio de ese clima aturdido y aturdidor es innegable que la propaganda y su recurso inherente, el diseño, cumplían sus roles con efectivo profesionalismo.

Cuba se había convertido en un punto de referencia para la impresión internacional hacia América Latina y un vivero de talentos.

Lo explica la multiplicación de agencias publicitarias que por igual abarcaban las empresas jaboneras que señoreaban en la radio y la televisión, las portadas y páginas interiores de revistas de éxito ¿algunas con tiradas gigantescas, que el mismo día de la salida habanera llegaban a las capitales de los países cercanos?, las vallas anunciadoras que bordeaban las carreteras y las que servían de fondo a las jugadas más espectaculares en los estadios deportivos.

La presencia de los diseñadores ganaba espacio abarcador, un ejército de oficiantes se preparaba porque entre las carreras de corto plazo una muy rentable era el diseño comercial. Aunque entre ellos hubiera artistas, por el momento nadie hablaba de arte, sino de negocio.
La demanda expresada en carteles que abordaban al paseante hasta en los rústicos abanicos (pencas) con que mitigaba el persistente calor insular, creó hábitos de consumo, un aturdido manejo de códigos, la interiorización de mensajes que ingresaron en la retina y se sumaron al imaginario popular.

Cuando llegó la Revolución, la propaganda comercial y política estaba en su punto ápice, pero conoció cambios trascendentales.

Tuvo una mutación drástica cuando la publicidad se trocó en ideologismo y persuasión política, el otro "producto" que aprovechaba lo ya sembrado. Cesaron la radio, la televisión y las publicaciones comerciales.

A los mismos que emplazaron campañas publicitarias y organizaron las comprobaciones de preferencia, consumo y audiencia les correspondió participar en el cambio que sufriría el medio con los contenidos nuevos.

Como profesores o ejecutantes cumplieron las tareas recién llegadas y continuaron en el servicio hasta sus retiros o muertes, o abandonaron el país por no compartir la nueva política, o porque las ganancias ya no eran iguales.

Incluso en un período epigonal del llamado realismo socialista importado del Este europeo, sus realizadores se sirvieron de las fórmulas de la propaganda tradicional con que antes convocaron a las urnas o a los estadios de béisbol.

A fin de cuentas aquel "arte" no se diferenciaba del carácter impositivo y directo utilizado para vender cervezas y detergentes.

Fue una serie agresiva a la vista y onerosa con el buen gusto. Invadió los espacios de la antigua publicidad y sus sistemas de impresión con enérgicos brazos proletarios enarbolando herramientas entre banderas, para llamamientos a mítines o a la cosecha de la caña de azúcar. Predominaron el calado de la serigrafía, los colores primarios y las drásticas demarcaciones para redondear una agitación impositiva.

En realidad, no era nada nuevo en la cartelística cubana, que antes se había acogido al impacto más que a la persuasión, pero la tendencia realista socialista cargó las tintas hasta la aberración y una total ausencia de matices.
El nuevo orden privilegió la enseñanza y, en ella, la artística. Por un período inicial comulgaron las escuelas más contradictorias, el conductivismo de un arte supuestamente proletario y el expresionismo abstracto, participante en una muy arriesgada maniobra junto a los innovadores de la primera etapa, que ofrecieron una tranquila resistencia. Tantas generaciones como tendencias coincidieron en la palestra del arte y del diseño, con insoslayables contaminaciones.

Así como en la música, ahora enriquecida por compositores e instrumentistas que no repetían el escueto modelos de los viejos "músicos de oído", porque se formaban en excelentes conservatorios, la interifluencia de arte y diseño se dejó sentir en las hornadas que arribaban a las redacciones de las revistas, los talleres de carteles y ¿ahora con una progresión de industria poligráfica? a la producción de libros de tiradas masivas e interés culturizador.

El cartel tradicional se vio desasido de sus patrones históricos, afrontado a nuevos objetivos, cuando desde los propios emplazamientos impresores le llegaba un cartelismo de nuevo tipo, popularizador de campañas de lectura, ciclos de cine, conciertos, temporadas de ballet, todo sin el sentido comercial primario.

En medio de esas batallas silenciosas, tenidas en una atmósfera de respeto y no de competencia, se formaban diseñadores interesados en darle cuerpo y contenido a ideas de mejoramiento cultural y humano.

Si en la formación de la anterior eficacia propagandística se tensaron la imaginación y las iniciativas, ahora el diseño gráfico conocía un auge deslumbrante, en cuantía y en innovación formal.

Entraban a jugar nuevas esferas de influencia como el diseño de algunos países europeos que mostraban realizaciones más intelectuales y complejas, donde alternaban elementos de escuelas vanguardistas y nuevas lecturas de los viejos códigos.

Ahora, de nuevo, pero en aluvión, la sensibilidad creadora se ponía en tensión, se exigía a sí misma y la puja de los talentos ganaba una trascendencia diversa.

Los "consumidores" eran multitud, aprendían una fruición nueva, apreciaban cuanto les exigía empinarse. Se producía un diálogo entre los realizadores y sus destinatarios en un terreno sin cesar cambiante. Se vivía, en realidad, una ebullición connotativa.
Libros y carteles ofrecían novedosas posibilidades de desarrollo a la fruición. Sin la urgencia de acudir al mensaje fácil, instaban al esfuerzo intelectual y al juego de referencias.

Apreciaban la sorpresa, lo sugerente, el reto a la comprensión y el juego de las ideas. En esa variante entraron factores sorpresivos en la apreciación cubana, en la misma medida en que incidieron las circunstancias del bloqueo comercial establecido por EE.UU. a Cuba y el aislamiento a Cuba a que accedió la Organización de Estados Americanos.

Para romper esos valladares surgieron nuevos vínculos de intercambio, otras relaciones, respuestas realmente insólitas en nuestro hemisferio.

La obligada ruptura con las anteriores fuentes de influencia y el acercamiento a conceptos exógenos a la sensibilidad antes cimentada, dieron nuevos asideros.

El sostenimiento de la cultura artística, favorecida como nunca antes, y esos intercambios desarrollaron la sensibilidad de los creadores y de los consumidores de mensajes.

Lo que antes era simple material combustible, ahora merecía otra valoración. Entretanto, como el bloqueo y su respuesta han durado medio siglo, se han desarrollado otras costumbres y, por consiguiente, otras comprensiones.

Hoy, sin duda, los cubanos comprendemos algunos asuntos de manera diferente a la predominante en los países que nos rodean, incluso si comparten similares raíces culturales y elementos de un mestizaje genitor, considerado factor importante en la orientación idiosincrásica.
En las líneas del grafismo cubano han entrado, por igual, nuevos talentos, surgidos de exigentes escuelas y con una formación plural, más completa que la de sus antecesores, y talentos ya "hechos" que aportaron su experiencia.

Participaron pintores, algunos ?los menos? con la habilidad y la ductilidad que esta labor requiere, así como fallaron aquellos que al cartel trasladaron sus búsquedas, estilos y preocupaciones formales, como una extensión de sus obras, sin la comprensión de que las artes gráficas son arte, si, pero artes aplicadas, con su gramática propia, dictada por sus objetivos.

En la actualidad, luego de períodos de grandes hallazgos y profundos declives, de atravesar crisis económicas que mermaron la producción de libros, revistas y carteles, y de un conductivismo empobrecedor de la creatividad, el arte gráfico cubano se recompone y busca nuevos horizontes.

Su salud peligra por un persistente drenaje de talentos, competidor de la reposición, también persistente. Asiste a un dilema de permanencia, imprescindible para desarrollar métodos y oficios, aunque dispone de las fuentes contrapuestas y plurales, confrontaciones que lo enriquecen e impiden la rutinaria reducción de los hallazgos.

El diseño cubano ha capeado algunos temporales y tiene a su favor períodos dorados. Sin embargo, de nuevo se implica en una carrera de relevos, diferente del maratón deportivo en que requiere un imprescindible tiempo de siembra para futuras cosechas.


miércoles, 24 de septiembre de 2008

ESCRITORES DEL MUNDO

Victor Hugo


Fotografía de Victor Hugo en 1885


Victor-Marie Hugo (Besanzón, 26 de febrero de 1802París, 22 de mayo de 1885) poeta precoz, además es el más importante de los escritores románticos en francés.



Su obra es muy variada:
novelas, poesías, obras de teatro en verso y en prosa, discursos políticos en la Asamblea Nacional, y una abundante correspondencia.

El conjunto de lo que ha perdurado de sus escritos (algunas cartas personales fueron destruidas voluntariamente por sus ejecutores testamentarios Paul Meurice y Auguste Vacquerie) fue publicado en la editorial de Jean-Jacques Pauvert y cuenta con casi cuarenta millones de caracteres. Fue un escritor prolífico que se autoimponía escribir, llegándose a levantar a las 3 de la madrugada en verano para escribir y a las 5 en invierno, hasta el mediodía, a veces hasta de pie.


En materia de novelas escribió más de 18.000 páginas.

Nacido en Besanzón el 26 de febrero de 1802, aunque su infancia transcurre en París. Sus estancias en Nápoles y España, acompañando a su padre, general napoleónico destinado a España desde 1808 hasta 1812, le marcarán bastante.
Allí fue paje de José I Bonaparte. Durante su infancia tuvo gran afición a dibujar a cualquier hora y en cualquier sitio, afición que conservaría toda su vida. Ya con 14 años decidió ser escritor y escribió: Seré Chateaubriand o nada. Junto con sus hermanos funda en 1819 una revista, El Conservador literario, en la que ya se destaca su talento y en la que él es el único participante en ella pero utilizando hasta once seudónimos.

El mismo año, gana el concurso de la Academia de los Juegos Florales. En estos primeros años también se dedicó a pintar, algo que hacía con gran facilidad.
A los 14 años decide ser un escritor, y a los 16 años publica su primera obra, luego publicó su libro de poemas, Odas, que apareció en
1821: cuenta entonces con veinte años y sus estudios en el Liceo Louis-le-Grand le permiten que pronto se dé a conocer. Participa en las reuniones del Cenáculo de Charles Nodier en la Biblioteca del Arsenal, cuna del romanticismo, que tendrán una gran influencia en su desarrollo.

En las discusiones allí dadas era capaz de callar y convencer a un contertulio con tan solo una frase. En 1820 escribirá su primer volumen de poesías que tuvo gran éxito en la corte de Luis XVIII. Tres años después era nombrado Caballero de la Legión de Honor. El estallido se producía con Cromwell, publicado en 1827.

En el prólogo de este drama, se opone a las convenciones clásicas, en especial a la unidad de tiempo y a la unidad de lugar, aunque sólo lo pondrá en práctica del todo en la obra Hernani (que posteriormente en 1844 fue adaptada por Giuseppe Verdi en su ópera Ernani, además de El rey se divierte que la adaptó a su ópera Rigoletto). Ante esta última obra musical Víctor Hugo se disgustó con Verdi por no haberle pedido permiso para realizar esa obra, por lo que luchó por los derechos de autor durante toda su vida. Antes había escrito Marion de Lorme, una obra considerada demasiado liberal, por lo cual fue censurada.

Entre
1826 y 1837, pasa varias temporadas en el Castillo de Roches en Bièvres, popiedad de Bertin l'Aîné, director de Le Journal des débats. En el curso de estas estancias, conoce a Berlioz, Chateaubriand, Liszt, Giacomo Meyerbeer y elabora libros de poesías entre los que se encuentra el famoso Hojas de otoño. Durante esta época es nombrado oficial de la Legión Francesa y poco después Par de Francia.

Escribió su drama Lucrèce Borgia en el cual distorsionaba la imagen de dicha mujer reflejando en ella a una envenenadora que no fue tal, pero aunque lo que escribiera no fuera cierto los lectores le creían y admiraban.

Hasta una edad muy avanzada, tuvo numerosas amantes. La más conocida, la actriz Juliette Drouet, que le consagró su vida, le libró de la cárcel tras el golpe de estado de
Napoleón III.

Escribe muchos poemas para ella. Pasaban siempre juntos el aniversario de su encuentro, y para la ocasión, año tras año, un cuaderno común que llamaban el libro del aniversario. Ella siempre soportó sus excesos de fiestas y de brutales comidas que engullía y llegaron a hacer varios viajes por el río Rhin y el canal de la Mancha (donde vivieron en varias islas).
Antes se había casado con Adèle Foucher en 1822, matrimonio muy feliz mientras duró, pero en 1831 acabó con una infidelidad de ella con un crítico literario, harta de la ajetreada vida del escritor.

Tuvieron cinco hijos, Leopoldo, que murió poco después de nacer, Leopoldine, que moriría en las aguas del Sena en su noche de bodas, Charles y Adèle.

En el mismo año que se separó de su mujer Adèle, escribió por orden de un editor Nuestra Señora de París, obra que le costó muchas horas escribir y que le llegó a dejar con mal aspecto y delgado, pero el esfuerzo valió la pena ya que fue bien valorada por los críticos y un éxito entre los lectores, hecho que alivió su mal estado económico, en esa época Victor Hugo tenía 28 años.

Educado por su madre, originaria de la levantisca región de la
Vendée, leal al realismo, se va convenciendo poco a poco de las virtudes de la democracia («Crecí»), como demuestra a lo largo de su obra. Su opinión es que «donde el conocimiento sólo está en un hombre, se impone la monarquía.
Donde está en un grupo de hombres, debe dejar su sitio a la aristocracia. Y cuando todos tienen acceso a las luces del saber, es que ha llegado el tiempo de la democracia». Una vez convertido a la democracia liberal y humanitario, es elegido diputado de la Segunda República en 1848, y apoya la candidatura del príncipe Luis-Napoleón, pero va al exilio tras el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851 que condena con vigor por razones morales (Historia de un crimen y Napoleón el pequeño). En esta época sus hijos fueron incluso encarcelados, absueltos tras su exilio.

Bajo el
Segundo Imperio, opuesto a Napoleón III, vive exiliado en Bruselas primero, y luego en Jersey y Guernesey. Es uno de los pocos proscritos que rechaza la amnistía que se concede poco tiempo después («Y cuando sólo quede uno, ése seré yo»).

La pérdida de su hija Léopoldine en Villequier en 1843 le afecta bastante, planteándose incluso el suicidio, y en Jersey tiene escarceos con el espiritismo, de lo que nos deja testimonio en una extraña obra, Las mesas que dan vueltas de Jersey.

Durante la década de 1860, atraviesa en varias ocasiones el Gran Ducado de
Luxemburgo como turista, de camino hacia el Rin alemán (1862, 1863, 1864, 1865). En 1871, tras la Comuna de París, al ser expulsado de Bélgica por haber prestado refugio a comuneros perseguidos en la capital francesa, encuentra asilo durante tres meses y medio en el Gran Ducado (1 de junio23 de septiembre). Luego vuelve a París y será una de las figuras tutelares de la III República. En 1862 escribió su gran éxito Los Miserables, magna obra de la literatura francesa.

Durante su exilio conoció a
Oscar Wilde y Hans Christian Andersen. Anteriormente había conocido a Alejandro Dumas y a Jules Verne.

Volvió de nuevo de su exilio en
1870 con la proclamación de la tercera república. Al llegar a París la gente salió por la calle para recibirle con todos los honores.

Fue de nuevo elegido diputado. En 1871 se le hizo un homenaje por el 50 aniversario de Nuestra señora de París, en el cual asistieron 600.000 parisinos. Intentó de nuevo ser miembro de la Academia francesa, aunque falleció sin poder realizar el que era su último sueño en su vida.

Murió el 22 de mayo de
1885 a causa de una pulmonía y antes de este hecho dio 50.000 francos a los pobres. De acuerdo a su última voluntad, se le entierra en el Panteón de París, al que llega en el «coche fúnebre de los pobres».
Su ataúd había permanecido durante bastantes días bajo el Arco de Triunfo, donde se dice que fue visitado por unos tres millones de personas. Fue designado como el Rey Sol de la literatura, aunque, años más tarde, Jean Cocteau también se refirió a él con esta frase: «Víctor Hugo era un loco que se hacía pasar por Víctor Hugo».


Algunas de sus Obras publicadas


Odas y poesías varias (1822)
Nuevas Odas (
1824)
Bug-Jargal (
1826)
Odas y baladas (
1826)
Cromwell (1827)
Las Orientales (1829)
El último día de un condenado (1829)
Marion de Lorme (
1829)
Hernani (1830)
Nuestra Señora de París (1831)
Marion Delorme (
1831)
Las hojas de otoño (
1831)
El rey se divierte (
1832)
Lucrecia Borgia (1833)
María Tudor (1833)
Estudio sobre Mirabeau (
1834)
Literatura y filosofía mezcladas (
1834)
Claude Gueux (
1834)
Angelo (
1835)
Los Cantos de crepúsculo (
1835)
Las voces interiores (
1837)
Ruy Blas (1838)
Los rayos y las sombras (
1840)
El Rhin (
1842)
Les Burgraves (
1843)
Napoleón el Bajito (
1852)
Los castigos (1853)
Cartas a Luis Bonaparte (
1855)
Las contemplaciones (1856)
La leyenda de los siglos (Primera serie) (1859)
Los miserables (1862)
William Shakespeare (1864)
Las canciones de las calles y de los bosques (
1865)
Los trabajadores del mar (
1866)