A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

domingo, 6 de julio de 2008

IMPORTANTES ESCRITORES-FILOSOFOS





MONTESQUIEU.

Francia, Europa
Filósofo y escritor francés.

(Château de La Brède, Francia, 1689-París, 1755)


Filósofo y escritor francés. Estudió en la Escuela de Oratoria de Juilly, y cursó la carrera de derecho primero en Burdeos y más tarde en París. En 1713 accedió al cargo de consejero del Parlamento de Burdeos, y más tarde al de presidente del mismo, cargo que desempeñó entre 1716 y 1728.
Se Casó, en 1715, con Jeanne Lartigue. Sus intereses se orientaron por esa época hacia las ciencias naturales, y como miembro de la Academia de Ciencias de Burdeos presentó una serie de estudios sobre temas como las glándulas renales, la gravedad o el eco.
En 1721 se publicó anónimamente en Amsterdam la primera de sus obras, las Cartas persas (Lettres persanes), novela epistolar que obtuvo un éxito inmediato.
En un ejercicio agudo e irónico de relativismo cultural, presenta la sociedad y las ideas de su país a través de los ojos de una pareja de personajes persas de viaje por Francia, lo cual da pie a todo tipo de reflexiones sobre las «extrañas» costumbres del lugar: desde la discusión seria de leyes y doctrinas hasta la crítica o la sorpresa ante los detalles más cotidianos.
Muy pronto aparecieron otras obras suyas: Diálogo de Sila y de Eucrates (Dialogue de Scylla et D’Eucrate, 1724) y El templo de Gnido (Le Temple de Gnide, 1725), que le valieron el ingreso en la Academia Francesa (1728). Por esta época, era ya recibido en los mejores salones de París y se había convertido en una figura en los círculos literarios e intelectuales.
Entre 1728 y 1731 realizó un viaje por diversos países de Europa, que le llevó finalmente a Gran Bretaña, donde estudió la Constitución y valoró el carácter progresivo de sus leyes; tras su muerte se publicarían sus notas correspondientes a este viaje en Mis pensamientos (Mes pensées, 1899).
De regreso en Francia, sus estudios sobre historia y teoría política se reflejaron en sus Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia (Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence,1734), que tendrían escaso éxito, y más tarde en El espíritu de las leyes (L’esprit des lois, 1748), con la que sí obtendría un reconocimiento público importante, amén de numerosas críticas desde ambientes religiosos: La Sorbona condenó el libro y la Iglesia lo incluyó en su famoso Índice.
En esta obra, el autor trata de dar rigor científico al estudio de las leyes y los sistemas de gobierno, a los que considera determinados por circunstancias tales como el clima o la raza, y no por la providencia divina.
Desde un punto de vista moderno, sin embargo, lo más importante de estas obras es la defensa que en ellas realiza del liberalismo y la tolerancia, la crítica al racismo y al despotismo y, muy especialmente, su propuesta de establecer una división de poderes en el Estado, para impedir que ninguno de ellos se exceda en sus funciones.
La influencia de Montesquieu sobre la teoría política del liberalismo y sobre las ideas que habrían de llevar a la Revolución Francesa fue muy importante, y a su muerte sus obras se habían convertido en la lectura preferida de los intelectuales y gobernantes de toda Europa.


OJETIVO DE SU PENSAMIENTO POLITICO.


El objetivo del pensamiento político de Montesquieu, expresado en el Espíritu de las leyes, es elaborar una física de las sociedades humanas. Su modelo, tanto en contenido como metodología, está más en la línea de lo experiemntal que lo especulativo. Adopta el análisis histórico, basado en la comparación; arranca de los hechos, observando sus variaciones para extraer de ellas leyes.
En esta obra se nos ofrece, además de la descripción de las idiosincrasias nacionales, las diversas formas de gobierno y sus fundamentos, así como los condicionantes históricos e, incluso, climáticos de éstos, elaboró un novedoso enfoque de las leyes, los hechos sociales y la política: se desvane la clásica oposición entre las tesis iusnaturalistas y escépticas, que atribuían el fundamento de las leyes a la arbitrariedad de los legisladores: consideraba más bien que las leyes proceden de relaciones necesarias derivadas de la naturaleza de las cosas y las relaciones sociales, de forma que no sólo se opuso a la separación entre ley natural y ley positiva sino que consideraba que son complementarias.
Cada pueblo tiene las formas de gobierno y las leyes que son propias a su idiosincrasia y trayectoria histórica, y no existe un único baremo desde el cual juzgar la bondad o maldad de sus corpus legislativos. A cada forma de gobierno le corresponden determinadas leyes, pero tanto éstas como aquéllas están determinadas por factores objetivos tales como el clima y las peculiaridades geográficas que, según él, intervienen tanto como los condicionantes históricos en la formación de las leyes. No obstante, teniendo en cuenta dichos factores, se puede tomar el conjunto del corpus legislativo y las formas de gobierno como indicadores de los grados de libertad a los que ha llegado un determinado pueblo.
La filosofía política se transmuta en una filosofía moral cuando establece un ideal político que defiende es el de la consecución de la máxima libertad aunada a la necesaria autoridad política; rechaza abiertamente las formas de gobierno despóticas. Pero para garantizarla al máximo, Montesquieu considera que es imprescindible la separación de poderes. Muy influenciado por
Locke, desarrolla la concepción liberalista de éste, y además de considerar la necesidad de separar el poder ejecutivo del poder legislativo, piensa que también es preciso separar el poder judicial. Esta separación de los tres poderes ha sido asumida y aplicada por todos los gobiernos democráticos posteriores.


Sobre la libertad.

No hay palabra que haya recibido significados más diferentes y que haya impresionado más a los espíritus de tantas maneras como la de la libertad. Los uno la han tomado por la libertad de deponer a aquel al que habían dado un poder tiránico; los otros, por la facultad de elegir aquel a quien debían obedecer; otros, por el derecho a estar armados y a poder ejercer la violencia; aquéllos, por el privilegio de no ser gobernados más que por un hombre de su nación o por sus propias leyes. (...)
Algunos han unido ese nombre a una forma de gobierno y lo han excluido de los otros. (...) En fin, cada uno ha llamado libertad al gobierno que era más conforme con sus costumbres y sus inclinaciones; y como, en una república, no siempre se tiene ante los ojos y de una manera tan presente los instrumentos de los males que se deploran, y también las leyes parecen hablar más y los ejecutores de la ley hablar menos, se les pone ordinariamente en las repúblicas y se la excluye de las monarquías.
En fin, como en las democracias el pueblo parece hacer poco más o menos lo que quiere, se ha puesto la libertad en ese tipo de gobierno y se ha confundido el poder del pueblo con la libertad del pueblo. Es cierto que en las democracias el pueblo parece hacer lo que quiere; pero la libertad política no consiste en hacer lo que se quiera.
En un Estado, es decir, en una sociedad en la que haya leyes, la libertad no puede consistir más que en poder hacer lo que se debe querer y no verse obligado a hacer aquello que no se debe querer.
Hay que entender claramente lo que es la independencia y lo que es la libertad. La libertad es el derecho de hacer lo que las leyes permiten; y si un ciudadano pudiera hacer lo que prohiben, ya no habría libertad, porque los otros tendrían ese mismo poder.
La democracia y la aristocracia no son estados libres de por sí. La libertad política no se halla más que en los gobiernos moderados (...) cuando no se abusa de su poder; pero es una experiencia eterna que todo hombre que tiene poder se ve inclinado a abusar de él; y así lo hace hasta que encuentra algún límite.
¿Quién lo diría? Hasta la virtud necesita límites. Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder.

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