A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

miércoles, 2 de julio de 2008

CRONICA



Desde Cuba-


Pero desde Miami, Eloísa Lezama, hermana del escritor fallecido en 1976, expresó su indignación porque no se avisó de la filmación a sus familiares fuera de Cuba. “No he sido consultada”, declaró, “todo lo demás es falso y así lo testifico”, dijo a la prensa.



Luis Cino



Cubanet/Noticubainternacional
1 de julio del 2008




El director Tomás Piard acaba de estrenar en La Habana El viajero inmóvil. La película está inspirada en la novela Paradiso, de José Lezama Lima. Según Piard, además de honrar a Lezama, quiso romper el mito del hermetismo y la impenetrabilidad de la más monumental novela de la literatura cubana.

Pero desde Miami, Eloísa Lezama, hermana del escritor fallecido en 1976, expresó su indignación porque no se avisó de la filmación a sus familiares fuera de Cuba. “No he sido consultada”, declaró, “todo lo demás es falso y así lo testifico”, dijo a la prensa.

Eloísa es la única hermana sobreviviente de Lezama Lima. La otra hermana, Rosa, falleció hace años. Ambas se fueron de Cuba y se exiliaron en Estados Unidos en la década de los 60. De la familia Lezama, además de Eloísa, sólo queda su hijo Orlando Álvarez y sus sobrinos Marta y Ernesto Bustillo.

“Lo que me sorprende es que Lezama Lima fue vituperado por el gobierno comunista y ahora lo usan como un icono”, escribió Eloísa a El Nuevo Herald.

Algunos pudieran pensar que la indignación de Eloísa por la película de Piard es injusta y desproporcionada.
Pudieran alegar que la obra del genio de la calle Trocadero no pertenece sólo a su familia, sino a todos los cubanos, más allá de la política y la geografía.
Pero la indignación de Eloísa tiene sus razones.
Durante 15 años, ella fue la receptora de las cartas que desde La Habana escribía Lezama víctima de la más “arrasadora melancolía”.
Las cartas más conmovedoras fueron escritas casi siempre en otoño (casualidad o cosas de poeta). Son el más patético testimonio de las secuelas terribles de la revolución cubana en el alma de un artista de extraordinaria sensibilidad.

En su correspondencia con su hermana exiliada, Lezama lamentaba con amargura la desintegración forzosa de su familia, la monotonía enloquecedora, el invariable “no” a sus gestiones para viajar, el ostracismo, el agobio de ignorar qué culpas expiaba.

Atrás habían quedado los días en que Lezama orara al Ángel de la Jiribilla por la naciente revolución. Esta fue pronto devorada por el Leviatán totalitario (“el Estado como la más fría ballena en medio de los hielos”).

Paradiso fue publicada en 1966. Lezama tenía 55 años. Dedicó casi 20 a la novela. Creía haber alcanzado “esa unidad entre los vivientes y los que esperan la voz de la resurrección, que es la eterna contemplación”.

En el libro, con más de 600 páginas y una hermosa cubierta de Fayad Jamís, Lezama dio su versión cósmica y filosófica de lo cubano a través de las historias de José Cemí, Fronesis, Foción y Opiano Licario.
La respuesta fue la incomprensión, el rechazo y la censura. Los comisarios culturales se limitaron a una visión simplista, mediocre y prejuiciada del capítulo VIII. La consideraron una apología de la homosexualidad.

El régimen revolucionario le hizo pagar hasta su muerte una condena irrevocable, sorda y cruel, al más importante escritor cubano del siglo XX. Sus pecados eran ser burgués, católico e incompatible con los códigos ideológicos y morales del castrismo-machismo-leninismo.

“Vivo en la ruina y la desesperación”, escribía Lezama a Eloísa en septiembre de 1971.
Sometido a la penuria y a la escasez de pesadilla de las cosas más simples, Lezama, en un derroche de sentimientos y frases bellas, agradecía a Eloísa, como los más preciados de los bienes, unas cuchillas de afeitar, un pomo de salsa Magi, una camisa azul, un par de zapatos ortopédicos o un pantalón talla 46 imposible de arreglar.

Tal vez el realizador Tomás Piard, más allá de tomar fragmentos de Paradiso, de los tonos sepia y de escoger un actor gordo de jadeo asmático para encarnar a Lezama, haya tenido en cuenta todo esto. Conocer el por qué de la inmovilidad del viajero sería el único modo de entender la indignación de Eloísa.

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