A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

martes, 13 de diciembre de 2011

ENTERATE

Sin pisar La Habana ni Nueva York

Sagar Fornies dibujó ambas ciudades para 'Chico y Rita', el premiado filme de Fernando Trueba con música de Bebo Valdés.

Fotograma de 'Chico y Rita' de Fernando Trueba.

Un amigo puede tomarse una cerveza conmigo a media tarde a la sombra de un edificio de Barcelona, mientras está en La Habana.

Así fue cuando quedamos a la hora de la comida —del almuerzo, me dijo, utilizando los giros lingüísticos de allá— para vernos un rato y "despachar".

Su trabajo, entonces, lo obligaba a dibujar los fondos de una película que transcurre en la capital cubana de los años 40 y 50, y en la Nueva York de esa época, dos ciudades que jamás ha pisado. Estaba secuestrado por una historia de amor, de luces y de espectros proyectados por las columnas habaneras, esos mismos soportes que deslumbraron al erudito Carpentier por la diversidad de estilos y demasía. Aunque ahora no sé bien si las columnas podrían llegar al exceso en una urbe tan calurosa. Hasta allí viajó virtualmente él, pues estuvo contratado para recrear los escenarios de un largometraje de ficción confeccionado a pulso, y nunca mejor dicho.

Dibujo de Sagar Fornies.

Sagar Fornies (nacido en Huesca y residenciado en Barcelona) es un dibujante compulsivo, lo que no quita que se tome unas cañas con las manos libres y en ambiente distendido. Mientras duró este trabajo del cual hablo, no viajó en trenes delineando los rostros singulares de la gente que ve, tal como acostumbra a hacer. Estuvo, por el contrario, centrado en el ánima de una o varias canciones. Dibujó a las órdenes de Javier Mariscal, el diseñador emparejado con Fernando Trueba para la realización del largometraje musical de animación Chico y Rita que, entre otros lauros, acaba de ser elegida como la mejor película de su género en los Premios Europeos del Cine, en la capital germana.

Mi amigo es muy introvertido. Su oficio lo ha llevado por el mundo del cómic y, además, ha dedicado mucho tiempo a caracterizar jazzistas medio reales y medio imaginarios. Es un retratista de la intimidad, como el mundo del jazz, que es un claroscuro en sí mismo. El trabajo de delinear los fondos de dos ciudades sin haberlas visitado le ha situado en un plano totalmente virtual, aunque el equipo de producción del filme haya conseguido la información de rigor en los archivos de publicaciones cubanas en la mismísima Isla.

Mientras me narra algunos planos, a escasos metros del estudio, Sagar no me adelanta que me llevará a ese lugar. Endulzamos un café, después de un postre que costó casi lo mismo que el almuerzo. Me confesó que sueña con La Habana, con los nombres de las calles, con las esquinas de Belascoaín y Neptuno. No es para menos. Me pregunta cómo es eso realmente. Cuando comienzo a responder, me interrumpe:

—No, espera. Ven conmigo. Muéstramelo todo con las fotos delante.

Y me conduce por unas naves adornadas con jardines colgantes, lugar húmedo que me trasporta al Bosque de La Habana. Allí, entre una montaña de documentación de la época, ordenadores y gente con la vista gacha, dibujaban la película. Estábamos en el Poblenou de Barcelona, polígono industrial hasta las olimpíadas del 92, pero ahora es de lo más chic que hay.
Sagar se dio cuenta de que yo sufría de nostalgia.

Dibujo de Sagar Fornies.

—Te entiendo —me dijo—, pero tú entiéndeme a mí.

—¿Te gustaría dibujar con más conocimiento?—pregunté.

—Algo así.

—Y a mí estar en ti para no morirme de nostalgia.

Poco antes del estreno en Cannes, mi amigo tuvo la gentileza de mostrarme un par de secuencias del largometraje, en donde se veía un personaje encorvado y melancólico (una metáfora de Bebo Valdés) con un bolero de fondo: "Sabor a mí".

—Si después de esta experiencia te regalaran un viaje, a escoger, ¿a cuál de las dos ciudades irías primero, a La Habana o a Nueva York?—pregunté.

Sagar se ajustó sus gafas de miope para ganar tiempo antes de decirme en voz baja, como siempre habla:

—A Nueva York, sin dudas.

—Yo haría lo mismo, y gracias por la sinceridad —agregué erizado de pies a cabeza, dejando caer la mirada en una gráfica color sepia de La Habana con fecha de 1945.

—¿Por qué no te llevaron a los emplazamientos reales?

—Supongo que por presupuesto, aunque me parece uno de los tantos absurdos que a veces tiene la vida.

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