A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

viernes, 3 de julio de 2009

QUE SABES SOBRES EL:...

Faraón



Faraón es la denominación bíblica de los reyes del Antiguo Egipto. Para los egipcios, el primero fue Narmer, denominado Menes por Manetón, quien gobernó hacia el año 3050 a. C., y la última fue Cleopatra VII, de ascendencia helénica, reinando del año 51 al 30 a. C.

El faraón Menkaura. Museo de El Cairo.

Los faraones fueron considerados seres casi divinos durante las primeras dinastías, y eran identificados con el dios
Horus, aunque a partir de la dinastía V sólo fueron hijos del dios Ra. Normalmente no fueron deificados en vida; era a su muerte cuando el faraón se fusionaba con la deidad Osiris y adquiría la inmortalidad y una categoría divina, siendo entonces venerados como un dios más en los templos.
Etimología
Faraón deriva de la palabra egipcia Per-aa
, que significa "casa grande".


Per-aa era el nombre de la residencia real, pasando después a designar a la autoridad misma. Faraón es un nombre de origen hebreo, bíblico, adoptado después por los griegos. Los escribas egipcios solían usar el término nesu (rey), neb (señor) o hemef (majestad).

Fue un término utilizado por el pueblo, nunca por los propios faraones, y sólo comenzaría a usarse a partir del reinado de Amenhotep III, en la primera mitad del siglo XIV a. C. Por tanto, podría decirse que la palabra "faraón" es relativamente moderna, y que sólo abarcaría a la mitad de los monarcas que habitaron en el Valle del Nilo.
La palabra faraona no existía en el Antiguo Egipto, sino que se empleaba "faraón mujer" o, simplemente, "faraón"

Historia del cargo
La sucesión de faraones y la historia del propio Egipto vienen indisolublemente unidas y son tan complementarias entre sí que es imposible desconocer una de ellas y ser experto en la otra. Tanto es así que incluso en los periodos más críticos, cuando la anarquía reinaba en muchas zonas del país, siempre había, al menos, un faraón que afirmaba ser el legítimo gobernante de la caótica nación en toda su extensa totalidad.

El sacerdote egipcio Manetón, que vivió en la época de los primeros reyes Ptolomeos (hacia el año 300 a. C.) recibió la orden real de redactar una historia de Egipto.

Y, dado que actualmente se conocen los nombres de más de trescientosmonarcas, es lógico que Manetón los agrupase en linajes o dinastías,denominación que los historiadores siguen utilizando como válida.

Aunque es una gran desgracia para la historiografía que la obra de Manetón se haya perdido, afortunadamente quedan algunos fragmentos comentados por autores muy posteriores a él, que nos han permitido delimitar las treinta dinastías en las que Manetón dividió la historia de su longevo país.
Desde
Menes, 3100 a. C., hasta el año 2600 a. C., la monarquía pasó por momentos de debilidad y seguía siendo cuestionada por la nobleza local.

Así, no es de extrañar que en la dinastía II los reyes perdieran notablemente el poder y tuvieran que hacer frente a peligrosas revueltas que pusieron en peligro la estabilidad del país.
Sería sólo de 2600 a 2200 a. C. cuando se consolida la institución y los reyes pasan a ser monarcas absolutos con
derecho divino.

Es la época dorada de la monarquía egipcia, conocida como Imperio Antiguo (aunque en realidad la denominación de imperio solo le quepa al imperio nuevo o a lo sumo al Imperio Medio), que acabaría de forma trágica ante la debilidad de los últimos reyes de la dinastía VI, momento en el que una vez más la nobleza y los gobernadores de los nomos tomaron el poder surgiendo principados independientes.

Heródoto comenta: «después de la muerte de Nitocris, el país se hunde en un estado de inestabilidad, confusión y caos», iniciándose el denominado primer periodo intermedio de Egipto.


La situación tardaría más de un siglo y medio en restablecerse, y pese a que nuevamente una dinastía de reyes fuertes asumiría el control absoluto del país, la
dinastía XII, siguió existiendo el peligro constante de un golpe de Estado.

Tanto es así que se sabe de, al menos, un monarca asesinado, Amenemhat I, por unos ambiciosos nobles.

La ligera estabilidad del llamado Imperio Medio estallaría de forma similar a la del Imperio Antiguo, por la debilidad de los monarcas y el creciente poder de las clases dirigentes locales, a las que se añadiría la llegada a Egipto de pueblos cananeos, algunos de ellos violentos.


La siguiente etapa de calma y prosperidad no llegaría hasta el 1500 a. C., con el
Imperio Nuevo, momento en el cual llegaron al poder los faraones mejor conocidos, que impulsaron la creación de un enorme imperio colonial en la Siria-Palestina (Canaán) y Kush (Nubia), entrando en contacto con los otros pueblos del Oriente Próximo.

Sin embargo, también estos reyes estuvieron acosados por un peligro que hacía tambalear sus tronos, que en este caso fue el de los sacerdotes de Amón, que habían adquirido mucho poder.

El traslado de la capitalidad al Delta acabaría por convertir al Sumo sacerdote de Amón en rey independiente y daría al traste con la monarquía egipcia.


Tras esta situación, Egipto no volvería a convertirse en un gran imperio. Desde la toma del poder de los sacerdotes de Amón hasta la llegada de una dinastía fuerte, la
XXVI, pasaron más de cuatrocientos críticos años en los que convivieron dos, tres e incluso más faraones a un mismo tiempo, y el país fue invadido por libios, nubios y asirios.

La dinastía XXVI trató de recuperar el esplendor del Imperio Antiguo, pero la inmediata conquista persa desbarataría todo. Tras ello, los invasores aqueménidas, macedonios y lágidas (estos últimos pertenecen a la llamada dinastía Ptolemaica) trataron de adaptarse a las costumbres del país y aceptaron ser deificados en vida.


El último faraón egipcio reconocido como tal fue la legendaria reina
Cleopatra.

El último rey nativo, Nectanebo II había gobernado trescientos años antes, y los faraones ptolemaícos, de origen extranjero, se aislaron en Alejandría y, aunque respetaron las tradiciones ancestrales del pueblo, no tardaron en convertirlos en semi-esclavos.

Por ello, no es de extrañar que cuando Egipto pasó a formar parte del Imperio Romano, los egipcios no dieran importancia al cambio: los verdaderos faraones habían abandonado a su país mucho tiempo atrás.

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