A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

lunes, 26 de abril de 2010

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La educación de Laura



«La educación de Laura»
Cubierta del libro «La Educación de Laura», publicado por la editorial Barril y Barral /ABC

Se alza el telón, caen las bragas. Así podría resumirse «La educación de Laura». La editorial Barril & Barral estrena su «Serie Libertina» con una obrita, traducida por Paula Cifuentes, que vio la luz en 1786 de la mano de Honoré Gabriel Riquetti, Conde de Mirabeau.

A pesar de que sus editores presentan la obra como “una novela que narra sin tapujos lo que las mujeres sienten”, no hay que llamarse a engaño. «La educación de Laura» es la fantasía obscena y libertina de un escritor que toma prestada la voz de una mujer para hacer creíbles todo tipo de perversiones, con ella y el resto de personajes que desfilan por la novela.

Para que quede claro desde el principio, quien lleva la batuta de esta orquesta perversa, Laurita, le dice a su papá adoptivo: “Tú eres el amo y yo cumplo tus deseos”. Y el viudo de mamá, que es un pozo de sabiduría filosófica y rigor científico sobre psicología y sexualidad femenina, se pone de inmediato manos a la obra, incluyendo reflexiones de sublime envergadura como la siguiente:

“Las mujeres tienen un vacío perpetuo, un voraz apetito que las obliga a llenarse todo el tiempo”. Y a partir de aquí y a lo largo de 141 páginas el buen señor no deja orificio en paz.

Y así hasta que muere, no sin dejar a su discípula lo suficientemente instruida como para poder trasladar sus conocimientos a su amiga Eugenia que, la pobre, pasa sus días en un convento y a la que dedica dulces y espirituales palabras: "Tú eres la que me inspira y calienta. Tu eres mi Venus y Apolo”.

Los amantes del género no se verán defraudados, pues «La educación de Laura» tiene todos los ingredientes habituales de la literatura libertina: excesos de palabra y obra (“Sólo quedamos los blasfemos para hablar del amor”), burla de la religión (“Recuerda que te encuentras en el santuario de la imbecilidad y el disimulo”) y todo un catálogo de situaciones que harían sonrojar a algunos de los precarios guionistas XX de nuestros días.

Está visto que llueve sobre mojado y lo que hace trescientos años ponía al personal no ha sufrido muchas variaciones.

A pesar del cibersexo, internet y esas espantosas despedidas de soltero/a donde toda la pandilla deja el cerebro en casa y se echa a la calle con horrorosos artilugios en la cabeza.

Una familia peculiarEl Conde de Mirabeau no será precisamente recordado por esta obra, sino por haber desempeñado un papel relevante en la Revolución Francesa. Escritor, periodista y parlamentario brillante, ha pasado a la historia por haber sido uno de los padres de «La Declaración de los Derechos del Hombre».

Sin embargo, sus logros públicos fueron tan sonoros como sus escándalos. Uno de estos últimos le llevó a dar con sus atributos a la cárcel de Vincennes, donde coincidió con su virtuoso primo Donatien, más conocido como el Marqués de Sade. ¡Qué familia! No hay que olvidar que el divino marqués, más interesado en sus revoluciones alcobinas que en las jacobinas también se dedicaba a escribir novelitas libertinas, aunque bastante más excesivas que la que nos ocupa.

«La educación de Laura» y lo que su autor muestra sobre la condición femenina es un claro exponente de que la igualdad, la fraternidad y la libertad no fueron conceptos pensados para las mujeres del Siglo de las Luces. Ni en lo social ni en lo sexual consiguieron salir del cuarto oscuro de la Historia. La propia protagonista, cuando habla de sus habilidades al margen de los saltos de cama, se presenta como una mujer típica del Viejo Régimen:

“Mis talentos se habían perfeccionado, tocaba el arpa con delicadeza, cantaba armoniosamente, declamaba con inteligencia”. O sea, una perfecta parásita. Nadie se imaginaría a Charlotte Corday, a Madame Roland, ni a Madame de Stael suscribiendo semejantes logros intelectuales.

Para concluir digamos que esta novela será de interés para quienes quieran descubrir literatura libertina de un siglo fascinante, aunque «La educación de Laura» y sus personajes, nunca podrán competir con la calidad literaria de «Las amistades peligrosas» y la finezza del vizconde Valmont y la marquesa de Merteuil.

Y aunque la solapa diga que este libro habla de “lo que las mujeres sienten”, esperemos que ningún ministerio o ministeria se lo tome al pie de la letra y lo incluya en su particular guía de viajes por el monte de Venus.


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