A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

miércoles, 19 de mayo de 2010

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Fernando Ortiz: la brujería
(Ultima parte de una serie de tres)


Considerando a la brujería --lo que ahora se llama santería-- como una de las principales características del hampa en Cuba, Fernando Ortiz se lanzó a definirla y describirla en Los negros brujos en 1906.

Pero al decir que la culpa de ser delictivos era por sus creencias en los fetiches y las supersticiones, apuntó que los amuletos e imágenes de los católicos eran también fetiches, y que ambas prácticas se fusionaron.

El brujo afrocubano, a diferencia del africano, reunía en sí tres poderes: sacerdote, hechicero (curandero) y agorero (adivino). Se sabe además que hubo una amalgama de creencias, al ser diseminados en Cuba esclavos procedentes de distintas tribus, separados para evitar las rebeliones. ``Cada pueblo africano importó su panteón y sus ritos'', dijo Ortiz. ``Pero cuando las relaciones con Africa se rompieron, todos los cultos se falsearon más o menos''. En Africa cada tribu exaltaba a una divinidad distinta, en Cuba se reunieron las creencias.

Al tiempo de escribir su libro, Ortiz destacó una gradación de divinidades descritas en sus fuentes, comenzando con Olorún, que consideró lo mismo que Olodumare, Oga-ogó, Oluwa, el ser más elevado, que no tiene imagen. Ningún brujo en Cuba quiso hablarle de él, quizás porque no había un signo material de adoración, como observó la estudiosa brasileña Nina Rodrigues. En segunda fila de importancia colocó a Obatalá, Changó e Ifá. Se cree en la existencia humana y remota de Changó, un caudillo belicoso, considerado poseedor del rayo.


En Cuba se le identificó con Santa Bárbara, porque ``ambas divinidades son patronas del trueno y el rayo'' y ante la igualdad de funciones ``hicieron caso omiso de la diferencia de sexo''. Un caso de identificación de ambas deidades fue la defensa que esgrimió el brujo Bocú, acusado de un asesinato, diciendo que el altar en su casa era a Santa Bárbara, no a una divinidad africana.


Una de las deidades más populares, ya en esa época, es Eleguá, o Elegbará, que se asimila a las Almas Benditas del Purgatorio y generalmente al Anima Sola, según Ortiz, ``una superstición católica''. En ambos casos, la imagen se coloca detrás de la puerta de entrada para evitar los genios maléficos.

En el más definitorio capítulo, el de la Brujería, describe cosas que él mismo documentó. Casos de los tribunales, como el acusado de celebrar un ritual bajo una Ceiba en el central Fajardo de La Habana.

Ejemplos de altares, con el Cristo representando a Obatalá, la Virgen de Regla a Yemayá, y el de San Lázaro (Babalú Ayé), que llevaba una oración católica:

``San Lázaro, sal del sepulcro''. Datos de los ropajes de los ``hijos de los santos'', azul para Yemayá, blanco para Obatalá, etc., y de los collares, como el rojo y blanco para Changó. Habla de las ofrendas de comidas aptas para cada uno de los dioses, que no demandan nada de los hombres, sino que los hombres les exigen a ellos haciendo sacrificios de animales, como el ciervo y el gallo, y celebrando fiestas con danzas rituales que podrían culminar en la ``bajada de un santo'' en uno de sus hijos.

Más aún, hizo apuntes sobre el lenguaje africano de sus rituales, comparándolo al latín en la misa católica, el griego entre los latinos, y el egipcio entre los griegos, tomando en cuenta las similitudes de las creencias afrocubanas con otras religiones. En resumen: el primitivismo de los ritos que adjudicó a la brujería no era para él privativo únicamente de estas creencias.

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