A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

viernes, 8 de mayo de 2009

QUE SABIAS SOBRE EL TURISMO CUBANO Y ....

La Lucha S.A.

Muchos habitantes de la segunda ciudad del país sobreviven mediante el trapicheo, el fraude y la mendicidad en torno al turismo.

No aparece en los catálogos editados por el Ministerio del Turismo, pero la imagen tutela el destino de quienes visitan Santiago de Cuba: bajo el corcel de Antonio Maceo, en la Plaza de la Revolución, una tropa de "luchadores" dan la bienvenida a los visitantes foráneos que arriban a la llamada "Ciudad Héroe".
Habanos, monedas con la imagen del Che, ron Matusalén, estampillas de la
Virgen de la Caridad del Cobre, paladares, chicas, marihuana, servicios de taxi, alojamientos privados y reservados… Todo es sugerido a los turistas, a la vez que se le requieren lapiceros, pulóveres, menuditos, creyones labiales, envases plásticos vacíos…
Esto no está escrito en ninguno de los plegables que elabora el castrismo para sus agencias turísticas en el mundo, pero los llamados "luchadores" son parte de la geografía de este sitio, con un ambiente tan caldeado como su clima.
Por qué luchamos
El número de personas que asechan a los turistas extranjeros podría variar, "en dependencia del sofoque de la policía", dice Mario, mientras descubre en la distancia una guagua con el rótulo de Transtur.
"Me regalan agendas, moneditas que aquí no sirven, pero que después cambiamos por billetes con otros turistas, gorras, balitas vacías (envases plásticos), fosforeras, todo vale, lo malo es que siempre los fianas (policías) nos están maleando la lucha".
La Plaza de la Revolución, consagrada en 1991 por Fidel Castro, durante el IV Congreso del Partido Comunista, es el primer punto del informal encuentro: "Las guaguas entran por aquí, para ver a Maceo, y ahí es cuando aprovechamos para pedirles cosas", comenta Juana, quien asiste sólo los sábados y domingos, "porque es cuando está más tranquilo todo, los días de semana te coge la policía en cualquier descuido".
Los luchadores se diferencian en dos grupos: "Nosotros somos más decentes, porque vendemos cosas, tenemos mercancía que los yumas buscan. Nos vestimos bien, jamás aceptaríamos un regalo bobo, porque no somos muertos de hambre", dice un moreno fornido, que evita identificarse.
"Esto es candela, mi socio, tenemos que jugárnosla bien al pega'o con la policía. Lo que vendemos es bien fula de verdad, sobre todo los tabacos, que tienen tanta gente atrás para romperte si se los propones a los yumas", agrega.
"Los otros son los churrosos, que piden cualquier cosa, hasta sobras de comida. Ellos ponen malo el pica'o, porque son chanchulleros. Si los yumas no les dan nada, son capaces hasta de arrebatarles una cartera o una gorra", apunta.
Mireya dice llamarse una señora cincuentona, que llega rezagada al grupo. Para ella, la situación es de vida o muerte: "No tengo un quilo partido por la mitad y tengo que luchar para alimentarme y comprar mis medicamentos para la diabetes".
"Sé que caemos mal y nos critican, pero el que me consiga los noventa pesos que gasto en medicinas y los cientos que hacen falta para comer a medias, puede venir a darme sermones", concluye.
Matusalén rebelde…
"Las multas nos llueven, también las amenazas", dice con tristeza Mario. "Si nada más ven que te acercas a una guagua de yumas, en seguida te parten pa'rriba y te funden, pero a veces uno tiene suerte. Además, hemos aprendido a cuidarnos entre todos, ya sabemos dónde están los fianas, y hasta hay algunos que se hacen los de la vista gorda cuando le dices que tienes problemas; le das algo de lo que luchaste y punto".
Tampoco este otro joven, que le entrega una "muestra" a los turistas, dice tener miedo, "porque el que no se arriesga no gana, y yo he navegado con suerte; además, si hoy me coge la patrulla me mudo para otro lugar, para la barrita de la Bacardí, o pa'l parque Céspedes. Lo importante es no dormirse ni andar bobeando, pero siempre se le quita algo a los yumas. Dímelo a mí, que llevo más de quince años en la lucha".
Los "cuadres" con los extranjeros pueden ir desde la oferta de una caja de puros Cohíba, hasta algún litro de Matusalén, a pesar de que Cuba perdió la patente de fabricación de esa bebida.
"En la fábrica de ron compramos los caldos del Varadero o del Santiago añejo, y le ponemos la etiqueta de Matusalén. Como los yumas están perdidos, nosotros lo acaballamos", comenta un displicente vendedor, que prefiere mantener su identidad en el anonimato.
"Nos amenazan y volvemos a vender, nos registran la casa y no nos cogen nada, porque tenemos la mercancía clavá en otro lado, tenemos que arriesgarnos y no rendirnos con la policía", concluye.
La publicidad histórica que vende a Santiago de Cuba como la madre del ron cubano, a finales del siglo XIX, confunde a los extranjeros que visitan la ciudad. Muchos de ellos aún preguntan por Bacardí y Matusalén.
"Es cierto que el mejor ron que se fabrica en el mundo es el nuestro, el de Santiago, y ese es nuestro chance. Si la marca huyó de Cuba o la botaron, eso no importa, la cosa es que el de verdad está aquí", defiende otro vendedor clandestino, que prefiere no mostrarse en lugares públicos.
"Yo tengo mis puntos, vendo al por mayor a los luchadores. Como soy un profesional, lo mío es la mezcla de químicas buenas, tener botellas perfectas, con etiquetas de colección. Imagínate que hasta pasan por las aduanas sin ningún tipo de problemas", dice.
La combinación perfecta parece ser la venta de rones y los puros Habanos. Los primeros son comercializados a precios inferiores a los del gobierno. En un negocio regentado por el Estado, un litro de Havana Club 15 años ronda los 85 CUC, mientras que los falsos Matusalén son expendidos en unos 15 CUC.
Otro tanto sucede con los tabacos que circulan en el mercado negro santiaguero. En muchas ocasiones no son falsos, asegura un vendedor callejero: "Yo no vendo inventos, porque es más peligroso; los tabacos que salen de mis manos tienen que ser originales, de las fábricas", asegura.
"El gobierno vende en 18 CUC cada Cohíba (modelo Espléndido). Conmigo lo puedes sacar en cinco fulas (pesos convertibles, CUC), y en tiempos malos, hasta en menos precio", declara.
A pesar de que las empresas encargadas de la fabricación y comercialización de los Habanos han implementado nuevos mecanismos para detectar las falsificaciones, en el mercado negro se las agencian para conseguir sellos, cuños y emblemas de marca, con una prestancia inusitada.
De dentro de las fábricas de tabaco salen, en compartimentos secretos, o escondidos dentro de la ropa, los materiales necesarios para elaborar los productos en casas particulares.
La ronda de la lucha
Pero, luchar no es tan simple. La movilidad es un recurso caro para quien quiera sobrevivir en la segunda ciudad del país. Los grupos en conflicto se distribuyen los lugares turísticos, los centros culturales e históricos y las "zonas de tolerancia".
"No es lo mismo luchar en la calle, en la Plaza o en los parques, que irse a Tropicana, al Meliá Santiago, al Morro, o a la Casa de la Música", asegura un "experimentado en materia turística", según se autodefine.
"Cuando comencé en la lucha, me exhibía en la Plaza, en el parque de Ferreiro; perseguía a los turistas por los parques, en la Casa de la Trova… Ya no, ahora tengo clase para proponer productos que ellos persiguen. Y si tienes un poco de imaginación, entenderás de lo que hablo", destaca.
Una llamada al móvil interrumpe la conversación. Debe entregar "un encargo". Mientras, se ensortija las trenzas de rastafari.
María, por su parte, vuelve a la carga sobre el tema de la supervivencia. "Esto es una selva, donde cada uno intenta acaballar a quien se le pare alante", asegura.
No ha tenido la suerte de conseguir mercados estables. Lo suyo es "jinetear cualquier cosita" que los yumas le suelten, pero siempre en lugares abiertos; "aunque he intentado moverme en El Morro, siempre me echan pa'lante los luchadores que controlan esa zona".
Los hay que prefieren a turistas que llegan sin organización, que no vienen en grupos. "A ellos se les puede manejar mejor, porque no están orientados, están como mareados y ahí es cuando uno aprovecha para sacarles el jugo", opina un adolescente que dice llamarse Álvaro.
"Como estudio en el Cuqui (Instituto Preuniversitario Cuqui Bosch), me doy mis fugaítas y me llego hasta los jardines del Meliá (Hotel Meliá Santiago). Siempre ligo algún regalo, o alguna pareja de extranjeros que quieren dar un paseo por la playa, por Baconao, o por otra provincia", dice.
A las chicas ofertadas a los extranjeros "se les debe dar" una protección esmerada: "Yo no camino sola, para eso estamos organizadas, para evitar violadores, policías y arrebatadores", confiesa una morena, mientras evade al periodista con la mirada.
"¿Para qué te metes en esa candela?", me interpela. "Nos arriesgamos, pero si a ti te cogen preguntando de esto, te juro que la pasarás muy mal", dice, mientras escapa en una moto rumbo al aeropuerto.
En otro extremo de la ciudad se encuentra el cabaret Tropicana Santiago. Allí controlan "los leones del jineteo", según confiesa una joven que dice ser de Camagüey.
"Prefiero la lucha aquí, y no donde vivo; porque pasamos menos trabajo. Concentramos y pagamos a los yumas, a los porteros y hasta a la policía, para poder luchar mejor", señala.
Los rostros de la ciudad
Como en una postal turística, Santiago de Cuba se debate entre la mulata, el tabaco y el ron. El calor caribeño puede hacer delirar a cualquier extranjero que baje hasta pestilente bahía.
Europeos y canadienses se precipitan en accionar los obturadores de sus cámaras fotográficas, ante alguna camioneta repleta de personas sudorosas, o ante aquel inmenso cartel propagandístico que, como una bofetada en pleno rostro, asegura: "¡Sí se puede!". O ante el caballo que atraviesa la línea del ferrocarril, en la Alameda portuaria.
Con la misma urgencia con que Fidel Castro concentró en Santiago sus esfuerzos para sostener un ideario que se derrumbaba en Europa del Este, los habitantes de la segunda ciudad más importante del país sobreviven bajo la mirada del Antonio Maceo que abre las puertas de la urbe.
Esta vez, parodiando aquella frase que da por cierta la "rebeldía", "hospitalidad" y "heroicidad" de un sitio y sus habitantes, no cabría en consigna alguna el ímpetu de supervivencia de una ciudad, que está demasiado al sur como para que se note su angustia.
"Santiago es la cuna del Período Especial", dice una anciana que regresa a casa con unas crayolas y unas monedas, con un Che ceñudo y distante.
"Tenemos que alimentar al niño que duerme en ella, aunque nos cueste la vida", afirma.
Fuente/Cubaencuentro

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