A MI MANERA. ISABEL PANTOJA

lunes, 22 de agosto de 2011

ENTERATE

Ciudades del verano

Los Ángeles

Néstor Díaz de Villegas

De todas la ciudades del mundo, Los Ángeles. Y de Los Ángeles, estos rincones.

Otras: Berlín, Miami, Viena, Barcelona, Varsovia, Tokio, Ciudad de México, Santo Domingo, Taos, París.

La edad de las ciudades se cuenta a partir del día en que llegamos a ellas. Yo llegué a Los Ángeles en 1979, recién salido de la cárcel, en el vigésimo año de la era revolucionaria, en plena era del Disco. Mi primer longplay, adquirido con dinero propio, fue Bad Girls, de Donna Summer; mi primer atuendo angelino, unos pantalones de gabardina sintética y un saco de solapas anchas; mi primera película, Apocalipsis Now, en el Cinerama de Hollywood.

Trabajé en Vernon, en una factoría de muebles; me bañé en el Pacífico; probé la pechuga de pavo con puré de papas; caminé por el Paseo de las Estrellas; aprendí a conducir en un Dodge Dart del 64; tuve mi primer accidente automovilístico. A los seis meses me cansé del horror americano y abordé un avión de regreso al gueto cubano, donde halé una condena de veintiún años.

Una noche —enfermo, intoxicado y envuelto en llamas— escapé de la capital del Exilio. Cogí un ómnibus de la Greyhound con rumbo (sabe dios por qué) a Los Ángeles. Llegué cinco días más tarde, en pleno siglo XXI, después de atravesar los Estados Unidos de costa a costa (¿hay algo más hollywoodense que ese periplo?). Regresaba al Oeste, que es el lugar al que pertenezco, aunque venga de otra parte. El director checo Milos Forman dijo que todo hombre tiene dos patrias, el país donde nació y América. Yo he vuelto a nacer, dos veces, en Los Ángeles.

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Los Ángeles es muchas ciudades, o una serie de universos paralelos. Es Xanadú, el Sinaí y el prototipo de Disneylandia. Cuando Orson Welles, en Ciudadano Kane, arrasa con una habitación atiborrada, en una mansión ecléctica, erigida por el capricho de un magnate delirante, está acabando con Los Ángeles. Cuando Robert Altman, en Short Cuts, cierra el filme con un gran terremoto que pone fin a la historia, está vengándose de Los Ángeles.

Otto Friedrich la llamó La ciudad de las redes, que es el nombre secreto de Mahagonny, porque Los Ángeles, como Babilonia, como Sodoma o como La Habana, sedujo a todos los hombres, desde Hitler a Chaplin, desde Borges a Kafka: tan angelino es el Berghof de Obersalzberg como hollywoodenses son La metamorfosis y la Historia universal de la infamia.

Los Ángeles es la ciudad universal, la cabeza parlante del imperio. Aquí Bertold Brecht estrenó Galileo Galilei y Thomas Mann escribió Doctor Faustus. El Ángel Azul vivió en el valle de San Fernando, que es hoy la capital del cine porno. Un poco más al este, Arnold Schönberg dio lecciones de contrapunto al joven compositor Aurelio de la Vega. Teodoro Adorno y Max Horkheimer residieron en el mismo barrio donde O.J. Simpson mató a puñaladas a Ron y Nicole. No lejos de Disney convivieron Jacques Derrida y Jean-François Lyotard. Albert Einstein y Charlie Chaplin asistieron juntos a la inauguración del cine Los Ángeles.

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EXT. CHINATOWN STREET —NIGHT

Evelyn Cross Mulwray, que es la madre —y la hermana— de Katherin Cross, recibe un balazo en la frente y cae muerta encima del volante. En la noche tibia de Chinatown se oyen sirenas, los gritos de la niña y el inconsolable aullido del claxon.

El detective Jake Gittes se retuerce, impotente, pero no puede hacer nada. Nosotros tampoco podemos hacer nada. Noah Cross, el viejo pedófilo, se abre paso hasta el carro. Es un poderoso magnate, tiene comprada a la policía, la gente le cree. Roman Polanski sabe que la justicia no existe, que el mundo es una mierda, que el destino está escrito en chino, que el universo es obra de Satán. Entonces Noah Cross le pone las manos encima a Katherin, que es su hija, y su nieta.

¿Qué cubano no ha sentido esa mano siniestra? ¿Qué europeo oriental no recuerda a Europa muerta y la garra del padre en el hombro? ¿Entendieron los americanos esta película? Unos eventos que no ocurrieron en ninguna parte, ni a nadie en particular, nos ocurrieron a todos, en todas partes. Ocurrieron aquí, en Los Ángeles.

Es difícil determinar qué significa "aquí" en Los Ángeles, o qué significa "ocurrir" en una ciudad que pretende existir por todo el mundo. Los Ángeles es el cielo, el lugar donde ocurren cosas universales. Hay una sapiencia hollywoodense y hay una gnosis específicamente angelina. El nombre del astuto Ulises era Nadie. El nombre de la ciudad que comienza en California y termina en los ojos de un billón de cíclopes, debería ser Nada.

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